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Ponga en su vida un golpe de Estado

Lo de arramblar con la Asamblea mientras aún se llora en el hombro de la comunidad internacional por el tremendo susto de un intento de magnicidio es desde luego un escenario que ya querría Chávez para sí, después de lo del domingo pasado.

La web aporrea.org, una de las plataformas más radicales del chavismo, publicaba este lunes un artículo titulado Ni estoy contento, ni voy a hacer falsa comparsa, desde donde lanzaba esta advertencia: "La derrota de la revolución venezolana sería la última del Socialismo mundial".

Desde luego, la causa de ponerse el autor tan agorero no era sino el resultado de las recientes elecciones legislativas, de las que pudo sacar todo el mundo, antes que otra cualquiera, una conclusión fundamental: la de que no existe, bajo la bota de Chávez y sus acólitos, ninguna de las garantías propias de la democracia, pues la convocatoria de elecciones y la armazón institucional son una mera coartada para instalar un orden totalitario disimulado por la agitación de las masas y por el discurso victimista. Total fue que todo el mundo denunció el "sistema electoral diseñado a la medida", como reseñó El País.

Pues hete aquí que, cuatro días más tarde, el "Socialismo del Siglo XXI" se encuentra muy acontecido por un "intento de golpe de Estado" (¿remite por ventura esta expresión -sin las comillas, claro- a la memoria del teniente coronel Hugo Chávez Frías?).

El escenario del asunto es ahora Ecuador, cuya "Revolución Ciudadana" ha resultado la menos destructiva entre todos los países de la órbita chavista (y también, en consecuencia, la que menos compromete la supervivencia del régimen). Sin embargo, y a pesar de la revuelta policial, las Fuerzas Armadas han permanecido leales al presidente.

Lo cierto es que todo el pandemonio ha servido para varias cosas: la primera, para que el mandatario claudicante (por la operación reciente de un mal en la rodilla) protagonizara un número épico, como para inscribirlo en los anales de la resistencia, lanzando frases heroicas como ésa de que estaba dispuesto a perder su vida porque habrían de venir "miles de correas más" y "miles de revolucionarios".

Pero luego resulta que el Gobierno ha declarado ya el estado de excepción, y resuena con fuerza lo de aplicar la muerte cruzada, esto es, disolver la Asamblea, según la atribución que le confiere al presidente el artículo 148 de la Constitución aprobada bajo su patrocinio en 2008.

Un propósito que Correa había dejado traslucir ya antes del episodio con los policías, y con el cual pretendía castigar a los diputados de su partido que se han mostrado reticentes a secundarlo en la aprobación de ciertas leyes. Y si parece que el decreto para hacerlo estaba ya redactado, la crisis de ahora confunde las voces del Gobierno y del ex presidente opositor Lucio Gutiérrez, partidario también de la convocatoria a elecciones generales.

El problema es que, hasta tanto no se realicen los comicios, el jefe del Estado (y entonces, además, candidato) quedaría autorizado para gobernar por decreto: en efecto, en una de sus alusiones, hace ya tiempo, al recurso constitucional, Correa advirtió públicamente a los parlamentarios que "si siguen molestando [...] gobernaré directamente con el pueblo con consultas populares y para las diferentes leyes, y sí, yo no descarto la muerte cruzada, yo jamás tendré miedo de poner a la disposición mi cargo ante el pueblo ecuatoriano".

En una situación semejante, la polarización del panorama político serviría para volver incondicionales a sus partidarios, a la vez que, desde la soledad del poder, el presidente podría disponer según su conveniencia las condiciones electorales.

La famosa "salida hacia delante", que ha llevado a muchos regímenes a declarar la guerra a otro país cuando se ven perdidos, tiene una presentación alternativa en esto de sufrir golpes de Estado, siempre que se trate de un régimen socialista. I

gual que se apuesta, en el otro caso, a la adhesión de la conciencia nacional, en éste se cuenta sobre seguro con toda la izquierda del mundo y en líneas generales con todos los gobiernos y con el decoro político, pues no es cuestión para nadie de celebrar una salida de fuerza.

Pero la estela del socialismo vigésimoprimisecular nos ha dejado ya dos casos curiosos: uno, el de Honduras, que fue en realidad un golpe al golpismo. Y el otro, el de aquel extraño episodio en el que Chávez bajó a los infiernos, y al tercer día resucitó de tal modo y manera que los militares que lo destituyeron fueron premiados luego con ministerios y embajadas, y los civiles que ocuparon el poder quedaron todos perseguidos y exiliados.

En cualquier caso, lo de arramblar con la Asamblea mientras aún se llora en el hombro de la comunidad internacional por el tremendo susto de un intento de magnicidio es desde luego un escenario que ya querría Chávez para sí, después de lo del domingo pasado.

Xavier Reyes Matheus

Director Acadmémico de Rangel (Redes para la Acción de Nuevos Grupos de Estudios Latinoamericanos)

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