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Bernd Dietz

Toma talante

A ver a quién vamos a culpar por el futuro que hemos dinamitado validando la chabacanería del socialismo celtibérico. No tenemos arreglo, porque Zetapé o Rubalcaba son, en efecto, cualquiera de nosotros.

Contábale Zetapé a Sonsoles lo chupado que estaba ser presidente del Gobierno de España. Lo mucho que le divertía interpretar ese papel, reconociéndole que su aportación quedaba al alcance de decenas de miles de extras, inmunes al sentido del ridículo, que remedasen como él a Mr. Bean. Echándole morro y sonrisa, dilapidando maná a espuertas, ahuecando la voz y soltando yes y bonsai sin ton ni son, aunque se chotearan los extranjeros y el país padeciese el descalabro.

Objetivo cumplido. Lo hemos logrado santificando a la ETA, balcanizando la nación española (¿no hay poetas elegíacos que, sin cobrar subvención, sientan dolor?), dando alas a demagogos y sinvergüenzas, sustituyendo el pactismo de la Transición por un maniqueísmo fratricida, extirpando el mérito y el esfuerzo de la enseñanza pública, politizando la justicia, saqueando la caja común y triplicando el paro. Centenares de caciquillos se han plegado resabiadamente al presidencial ejemplo, percibiendo desde sus poltronas que la eximente lotería se simbolizaba en que aquella familia, disfrazada de los Adams, se tirase la foto conmemorativa con Obama. La ineptitud encumbrada. Las ínfulas del desaprensivo (con mano en cualquier resorte estatal, sepulto Montesquieu por Arfonzo) al servicio del resarcimiento. Como guinda, le pega el tiro de gracia a cualquier expectativa de decencia la felonía de la capitalidad cultural, otra efusiva carantoña a los asesinos de Miguel Ángel Blanco y sus recogenueces.

No seremos los republicanos descreídos, que admiramos a Einstein o Spinoza, quienes opongamos a tamaño despliegue de taimería un voluntarismo idealista. Esta devastación no la borramos distanciándonos en plan agraviado de Zetapé por arrasarlo todo, de Chaves y Griñán por los ERE o de la hiperprogresista SGAE por evidenciar la catadura de los papagayos de la ceja, al cabo emanaciones orgánicas de la indecencia cooptada. Cómo no iba Víctor Manuel a cantarle al Caudillo. Algo radicalmente coherente con lo que siguió, una comandita de farsantes y sectarios que se desvivía por vendernos protección mafiosa y ofrecernos rentismo. Friéndonos a tasas para defendernos del liberalismo, la competitividad, la responsabilidad individual y el juego limpio, mientras se forraba usando como testaferros a parientes y amigos.

Cuando salen a relucir los latrocinios en Grecia, quedamos prístinamente retratados. Son nuestros hermanos de leche, si ayer listillos voraces, hoy indignados. El lógico agujero resultante se deriva, más que del enriquecimiento hortera de los dirigentes, que es criminal y clamoroso, de la apabullante piñata repartida entre súbditos afines, sumada a la pedrea universal so pretexto de pía solidaridad, al grito de lo público no es de nadie y la aritmética que se chinche, pues el único mal, según los paternalistas partidarios del colectivismo cleptómano, es "el capitalismo".

Contra la oligofrenia biempensante, que exige dosis crecientes de burocracia, victimismo y subsidio, poco cabe hacer. Para impedir que la gente ate cabos y adopte algún modelo emancipador, como los que rigen en sociedades ilustradas, están el sistema educativo, el gaitero sentimiento regional (llamado nacionalista) y las apelaciones a los bajos instintos que fomenta la televisión. Está todo previsto y bien atado. A ver de qué vamos a quejarnos. A ver a quién vamos a culpar por el futuro que hemos dinamitado validando la chabacanería del socialismo celtibérico. No tenemos arreglo, porque Zetapé o Rubalcaba (el enésimo fruto chungo del franquismo, tuneado de antisistema) son, en efecto, cualquiera de nosotros. En la peor versión del terruño.

En España

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