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Borja Prieto

Twitter, Facebook y la productividad

Si un empleado está dispuesto a perder el tiempo, siempre encontrará una manera de hacerlo. Más de un directivo consideraría un gran avance que sus empleados perdieran solamente 40 minutos a la semana.

Los periódicos británicos, y también alguno de por aquí, han publicado como noticia que los empleados pasan alrededor de 40 minutos a la semana en sitios como Twitter o Facebook, lo que supone una pérdida de mil trescientos ochenta millones de libras para la economía del Reino Unido. Como viene siendo habitual en la prensa tradicional, se han limitado a publicar los resultados del estudio sin cuestionar nada.

Lo cierto es que el estudio ha consistido en preguntar a mil y pico empleados el tiempo que dedican a las redes sociales, calcular la media, y multiplicar el resultado por el coste medio por hora de los empleados británicos. Pero que un empleado dedique en los últimos tiempos cuarenta minutos a twittear o a comunicarse con un amiguete por Facebook, no quiere decir que hace unos meses dedicara ese tiempo a ser un empleado modélico esforzado únicamente en producir.

Probablemente, esos empleados se dedicaban hace unos años a navegar por ahí, viendo imágenes graciosas de gatos o noticias deportivas. Antes de internet, jugaban con el solitario o el buscaminas. Y antes de tener un ordenador, charlaban frente a la máquina de café, leían un periódico o hacían crucigramas y pajaritas de papel. Si un empleado está dispuesto a perder el tiempo, siempre encontrará una manera de hacerlo. Más de un directivo consideraría un gran avance que sus empleados perdieran solamente 40 minutos a la semana.

Hay otra característica común en estos estudios: todos reflejan la invasión de los intereses personales del empleado en el tiempo de trabajo, pero ninguno considera que deben compensarse con la invasión del tiempo de trabajo en la vida personal. La tecnología permite que nuestro jefe nos llame un sábado para consultarnos un dato, que trabajemos en una propuesta urgente a las once cuando los niños ya están acostados o que respondamos una duda de un cliente desde nuestro lugar de vacaciones.

Lo cierto es que cuando para trabajar nos basta un ordenador, un teléfono y una conexión a internet, cada vez tiene menos sentido obligar a los empleados a trabajar como a principios del siglo XX: acudir cada día a un edificio, cumplir unos horarios rígidos y comunes para todos, tener vacaciones en fechas prefijadas, etc.

Ya hay empresas que están trabajando de otra manera. En Netflix, los empleados pueden coger todas las vacaciones que quieran, cuando quieran, y nadie vigila cuando entran o cuando salen, ni siquiera si van a trabajar. Simplemente, se les exige cumplir con sus objetivos. La compañía de seguros holandesa Interpolis trabaja de forma parecida. Lo habitual es ir a la oficina dos o tres días por semana, y el resto del tiempo se trabaja desde casa, cada uno con el horario que considera adecuado. En la oficina sólo hay sitio para el 50% de los empleados. El resultado es que la empresa ahorra en gastos fijos, y los empleados son más felices y más productivos.

Estos casos, que ahora son raros, pronto serán inevitables. Si no puedes evitar que la vida privada de los empleados invada el trabajo, y a la vez necesitas que el trabajo invada su vida privada, no queda más remedio que aceptar el cambio: olvidarte del control, de prohibir twitters, facebooks y lo que venga, trabajar por objetivos y confiar en la responsabilidad de tus trabajadores.

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