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Carlos Alberto Montaner

Alberto Míguez

¿Cómo era Alberto Míguez? Fue una persona generosa, dotada con un agudo sentido del humor. Conocía mil anécdotas y sabía cómo contarlas. Tenía una sonrisa fácil y nunca le escatimaba elogios o reconocimientos a quien le parecía merecerlos.

El 25 de septiembre de 2009 el periodista Alberto Míguez murió en Madrid a los 68 años de edad. El diagnóstico difundido describe su deceso como consecuencia de una encefalopatía de origen hepático. Llevaba varios meses notablemente enfermo, lo que, casi hasta el último día, no le impidió hacer lo que más le gustaba y lo que mejor hacía: escribir sagaces crónicas sobre el acontecer internacional. En eso era un maestro. Deja una esposa de muchos años, la culta y grata Lillianne, francesa y magnífica traductora del español a su lengua materna, y un hijo adulto. Deja, también, una enorme biblioteca. Tan extensa, que hubo un tiempo en que tenía dos casas: una para él y su familia. En la otra se alojaban sus libros.

Los medios de comunicación española se han encargado de reseñar la trayectoria profesional de Míguez. Mencionaron su presencia en el diario Madrid; el papel que desempeñó como director de la página internacional en los orígenes del diario El País, cuando se pensaba que sería un periódico de orientación liberal; su carácter de corresponsal viajero de La Vanguardia durante muchos años; y luego su presencia en la prensa electrónica cuando ésta se impuso, incluido el diario Libertad Digital, así como su participación frecuente en las tertulias radiales.

Faltaron las referencias a su intensa colaboración con la prensa más allá de las fronteras españolas. Los brillantes análisis de Míguez, siempre dotados de un alto nivel de información veraz, aparecían frecuentemente en las revistas especializadas francesas –país que conocía tan bien como España, y cuya lengua dominaba perfectamente--, así como en periódicos de América Latina y Estados Unidos, divulgados por la agencia Firmas Press. Durante años escribió esporádicamente para Diario las Américas y El Nuevo Herald, dos influyentes medios, ambos de Miami.

¿Por qué la prosa y los análisis de Míguez tenían tanta aceptación dentro y fuera de España? La prosa, sin duda, porque era clara y se articulaba de una manera persuasiva. El contenido, porque en Alberto Míguez se combinaban una excelente formación académica –había estudiado seriamente filosofía y era un lector incansable— con los valores liberales. Todos sus escritos estaban recorridos por la tolerancia, el amor a la libertad y el rechazo a cualquier posición autoritaria. Por eso fue antifranquista, antiestalinista, anticastrista, antisandinista y antichavista. Por eso se opuso a Pinochet, pero también a Fidel Castro. Era un liberal en el mejor sentido de la palabra.

Esas posiciones, naturalmente, tuvieron un amargo costo político y profesional para Míguez. Primero, chocó con el franquismo y tuvo que exiliarse en Lisboa. Más tarde, se enfrentó al comunismo. La izquierda estalinista española, teledirigida desde Moscú y La Habana, no tardó en vilipendiarlo con las consabidas acusaciones y las habituales calumnias, "agente de la CIA", "vendido al oro de Washington", etc. No había nada de eso. Miguez era fieramente independiente. Sencillamente, se trataba de un periodista comprometido con las ideas de la libertad que no vacilaba en ponerle el hombro a las causas de las víctimas del totalitarismo, ya fueran exiliados rusos, cubanos o nicaragüenses. La misma visión que lo llevó a enfrentarse a la dictadura franquista y marchar al destierro, lo precipitaba a oponerse a las tiranías de izquierda, sin importarle los ataques que ello le generaba por cuenta de los simpatizantes del comunismo en cualquiera de sus múltiples variantes.

Esta breve reseña ideológica de su vida profesional, con ser importante, no describe su carácter. ¿Cómo era Alberto Míguez? Fue una persona generosa, dotada con un agudo sentido del humor. Conocía mil anécdotas y sabía cómo contarlas. Tenía una sonrisa fácil y nunca le escatimaba elogios o reconocimientos a quien le parecía merecerlos. En más de treinta años de amistad jamás le escuché un comentario motivado por la envidia o un juicio crítico basado en los prejuicios, lo que revelaba una sólida contextura moral y una total firmeza intelectual. Podía reconocerle méritos al adversario o debilidades al amigo, si ello le resultaba evidente.

¿Qué deja Alberto Míguez a sus contemporáneos? ¿Cuál es su legado? Nos deja mil crónicas valiosas, muchas de las cuales conservan su frescura, y el gratísimo recuerdo de un hombre que fue justo y bueno. Fue un gran periodista.

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