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Tranquilos, Hallgeir Langeland, el político noruego que pidió el Premio Nobel de la Paz para Fidel Castro –algo así como pedir la canonización de Hitler– no es un loco ni un bromista. Se trata de un disciplinado compañero de viaje, reclutado por el Comité Cubano de Amistad con los Pueblos –brazo de la inteligencia cubana que en España forma, alimenta y dirige los múltiples “Comités de solidaridad con Cuba”–. Su tarea, en este caso, ha sido tratar de bloquear la candidatura del “Grupo de Trabajo de los Cuatro”, disidentes cubanos y ex presos políticos, este año seriamente considerados para el Nobel de la Paz tras haber sido propuestos por diversos parlamentarios de distintos países del mundo democrático.

No es la primera vez que los servicios de espionaje cubanos manipulan al comité de parlamentarios noruegos que otorga el Premio Nobel de la Paz. En 1992, cuando la escritora y disidente cubana María Elena Cruz Varela –presa en ese momento– era una fortísima candidata al galardón, La Habana movió a todos sus peones en beneficio de Rigoberta Menchú. Al año siguiente, cuando el candidato era Gustavo Arcos –un disidente pacifista, héroe de la revolución contra Batista–, la policía política cubana se sacó de la manga a un falso exiliado, el señor Jorge Roblejo Lorié, presidente de un fantasmal “Comité de los 100”, y logró que también fuera propuesto. La estrategia es muy simple: crear confusiones y dudas entre los poco alertas miembros del comité de selección para que se alejen del guirigay cubano.