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Carlos Alberto Montaner

Sorpresas te da Roma

La tercera sorpresa es la misma Roma, los increíbles italianos. Llegábamos de Madrid, donde se vive la crisis económica con pesimismo, como si fuera el fin del mundo, y nos encontrábamos una ciudad en la que nadie parece preocupado.

La tercera sorpresa es la misma Roma, los increíbles italianos. Llegábamos de Madrid, donde se vive la crisis económica con pesimismo, como si fuera el fin del mundo, y nos encontrábamos una ciudad en la que nadie parece preocupado.

Volamos a Roma a presentar la edición italiana de La mujer del coronel. Se trata de una novela que transcurre, en gran medida, en esta ciudad caótica y maravillosa. Es en Roma donde la protagonista, Nuria, tiene una breve aventura adúltera con un viejo profesor italiano, Valerio Martinelli. Nuria es la esposa de un coronel de las Tropas Especiales cubanas. Ella lo ama, pero decide explorar esa zona prohibida de sus emociones. La pareja coincide en el hotel Mecenate, frente a la Basílica de Santa María la Mayor. Allí, en una suite, tienen unos encuentros amorosos absolutamente tórridos, descritos con pelos y señales. Martinelli es un erotómano consumado.

Como sólo conocía ese hotel por referencias, decidimos hospedarnos ahí para comprobar cuánto se parecía la realidad a la ficción. Solicité la suite de la novela, pero estaba ocupada, me dijeron amablemente, por "una pareja de argentinos". Lo lamenté y aceptamos –viajaba con mi mujer– otra muy agradable situada frente a la Iglesia. Pero esa noche vino la sorpresa. Durante la cena, en la azotea-terraza del hotel se nos acercó la pareja. Me identificaron por la foto. Enseguida me contaron su historia: se habían conocido en un club de lectura durante la discusión de La mujer del coronel. Se enamoraron (ambos acababan de divorciarse, una de las razones que impulsan los clubes de lectura) y decidieron repetir las hazañas de alcoba entre Nuria y Martinelli. "¿Qué tal el experimento?", les pregunté. Se rieron. "Estupendo", me dijeron. Se fueron abrazados por la cintura. Nunca pensé que acabaría emulando a Master and Johnson.

La segunda sorpresa me la dio el Museo Centrale del Risorgimento Italiano, uno de los más prestigiosos de la ciudad, adosado a un costado del monumento a Víctor Manuel, frente a las impresionantes ruinas de la Roma imperial. El museo estaba íntegramente dedicado a exhibir una selección de la obra pictórica del cubano-americano Julio Larraz, uno de los mejores y más reconocidos pintores contemporáneos. Eso hay que verlo, y hay que verlo en ese museo. La exposición comenzaba con un vídeo de la vida y la obra de Larraz. Cómo, dónde y por qué pinta.

Larraz, que salió de Cuba en la adolescencia y se formó en New York, comenzó su vida artística como caricaturista e ilustrador del New York Times, Vogue y otras grandes publicaciones americanas, pero luego, dedicado totalmente a la pintura, vivió en Paris y en Florencia, radicándose por último en Miami. ¿Qué lo hace un gran pintor? Todo: la composición, los personajes, la ironía suprema. Afortunadamente, no ha perdido el humor cáustico de su época de caricaturista y sus desnudos femeninos, sus militares poderosos, sus políticos corruptos, hasta sus naturalezas muertas, transpiran un tono crítico sutilmente vecino de la burla. Extraordinario.

La tercera sorpresa es la misma Roma, los increíbles italianos. Llegábamos de Madrid, donde se vive la crisis económica con pesimismo, como si fuera el fin del mundo, y nos encontrábamos una ciudad en la que nadie parece preocupado. Me lo explicó un amigo periodista experto en la historia y el carácter nacional: "Los italianos estamos en crisis desde el siglo V después de Cristo. Para nosotros, la crisis es la forma natural de vivir".

Es cierto. Se olvida que Leonardo, Miguel Ángel y todo el Renacimiento ocurrieron en medio de desórdenes, matanzas y guerras civiles. Se ignora que durante tres siglos, mientras Italia vivía una intensa decadencia económica, la Comedia del Arte dominaba la escena en Occidente. Cuando España era el poder político y militar en Europa, su mejor pintor, Diego Velázquez, viajaba a Italia para empaparse de la técnica pictórica de los maestros venecianos y florentinos. Es como si los italianos hubieran aprendido a esquivar la adversidad que siempre les depara el sector público, mientras la sociedad civil mantiene su asombrosa creatividad artística y, por qué no, científica.

Por algo se habla de la Roma eterna.

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