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Carlos Ball

Los altos salarios de la burocracia

Los funcionarios gozan también de más largas vacaciones, más días de fiestas remunerados, horarios más flexibles y muy raramente pierden su empleo, hasta el punto que apenas uno de cada cinco mil es despedido.

El brillante economista austriaco Friedrich von Hayek expresó que “el poder que un multimillonario tiene sobre mí es muchísimo menor al del más insignificante funcionario público...”. Sin embargo, oímos frecuentes denuncias de políticos y burócratas sobre el exagerado poder de los empresarios. La realidad es otra. En una sociedad libre, el verdadero poder económico está difundido entre millones de consumidores que deciden diariamente a quién favorecer con sus compras de productos y servicios. Yo estoy utilizando una computadora Dell y el programa Word de Microsoft para escribir esta columna no porque Michael Dell y Bill Gates me lo impusieran, sino porque yo decidí que me convenían.

Desde luego que no es así en todas partes. En América Latina abundan los monopolios y los oligopolios por el frecuente compadrazgo entre políticos y ciertos empresarios. Los venezolanos recordamos a los “12 apóstoles” de Carlos Andrés Pérez, quienes con apoyo oficial multiplicaron sus fortunas. Hoy, algunos de los mismos y nuevos “apóstoles” se acercan a Hugo Chávez para seguir aprovechando la piñata petrolera. Eso, desde luego, nada tiene que ver con capitalismo, liberalismo o libre economía. Se trata del abuso y corrupción del poder.

El gran escándalo de estos días en Washington es el hallazgo por parte del FBI de 90.000 dólares escondidos en el congelador del congresista demócrata William Jefferson, oriundo de Nueva Orleáns y miembro del importante Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes.

La corrupción es menos común en este país, pero es significativo que los sueldos de los empleados públicos han estado aumentando a una tasa muy superior a los sueldos del sector privado, hasta el punto que la compensación recibida por los funcionarios es, en promedio, el doble de la que se paga en la industria y el comercio. Eso, desde luego, huele mal y no es sostenible en una nación donde los salarios burocráticos provienen enteramente de los impuestos que pagamos todos los demás.

Mi colega Christ Edwards, director de Estudios de Política Impositiva del Cato Institute, acaba de publicar un interesante trabajo titulado “Sueldos federales sobrepasan a los del sector privado”. En 2004, señala Edwards, el sueldo y los beneficios de los funcionarios federales promediaban 100.178 dólares al año versus 51.876 para trabajadores del sector privado. Si se apartan los beneficios y se toma en cuenta solamente el salario, la diferencia es menor, pero todavía significativa: 66.558 vs. 42.635 dólares.

Además, los sueldos y beneficios de funcionarios federales han aumentado 115% desde 1990 y 68% en el sector privado. Buena parte del diferencial se explica en que en el sector privado los aumentos se relacionan directamente a la eficiencia, innovaciones y contribuciones de empleados y ejecutivos a las utilidades de la empresa. Pero en el gobierno, los aumentos se hacen automáticamente, sin relación al aporte o eficiencia del burócrata, cuyas principales obligaciones suelen ser apoyar ciegamente a su jefe y no hacer olas.

Los funcionarios gozan también de más largas vacaciones, más días de fiestas remunerados, horarios más flexibles y muy raramente pierden su empleo, hasta el punto que apenas uno de cada cinco mil es despedido.

Claro que todo esto se aplica a las masas burocráticas. Los sueldos de los ministros son ínfimos comparados con los de los directivos de las grandes empresas. Por ejemplo, el recién nombrado secretario del Tesoro, Henry Paulson, ganará 200.000 dólares en su nuevo cargo, mientras que como presidente de la directiva de Goldman Sachs ganó 38 millones de dólares el año pasado.

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