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Carlos Ball

Los tres chiflados

Están de moda las “cumbres”. Se trata de costosos festines pagados por los pueblos pobres para que los jefes de estado y sus numerosos séquitos se reúnan para comer bien, tomar mejor y hablar tonterías que luego son reportadas por la prensa como novedosas y verdaderas soluciones a todos nuestros problemas.

En ninguna de esas reuniones los políticos se toman la molestia de revisar lo prometido por sus antecesores ni ver cómo los gobiernos le han fallado a sus pueblos una y otra vez. No, cada “cumbre” es borrón y cuenta nueva, populismo barato y grandilocuentes promesas de que ahora sí se va a progresar por el buen camino.

Los temas principales de La Primera Cumbre de Presidentes del Grupo de los Tres (México, Colombia y Venezuela), que se acaba de llevar a cabo en Caracas, fueron la disminución de la pobreza y eliminación de las brechas sociales. ¿No hemos oído eso antes? Creo que sí y todavía el 90 por ciento de las poblaciones de México, Colombia y Venezuela no se puede dar el lujo de pasarse una sola noche en el lujoso hotel Caracas Hilton, donde se reunieron los presidentes Fox, Pastrana y Chávez.

La Declaración de Caracas dice, en parte: “Acordamos impulsar nuestros trabajos, mediante estrategias que permitan: un efectivo proceso de diálogo, consulta y concertación políticos; la complementación económica trilateral; así como un amplio aprovechamiento de la cooperación, a la luz de la evaluación de las perspectivas y potencialidades del mecanismo con base, entre otros, en el informe presentado por el Comité Trilateral de Reflexión...” Cualquier similitud con el libreto de alguna película de los Tres Chiflados que usted recuerde es mera coincidencia.

Ciudad de México, Bogotá y Caracas son tres capitales del crimen. Por sus calles no pueden caminar pacíficamente los ciudadanos sin arriesgar la vida y la cartera. Es decir, los presidentes hablan necedades mientras incumplen su principal obligación: garantizar a la ciudadanía que los eligió el derecho a la vida y a su propiedad. ¿Cómo, entonces, hablan de “sensibilidad social”, cuando sus conciudadanos no pueden ni siquiera caminar tranquilos por las calles de sus capitales?

Para avanzar en la integración de las Américas no hay que dar tantos discursos ni tomar tanta champaña. Lo que se requiere es que cada gobierno reduzca unilateralmente los aranceles, cuotas, trámites y demás barreras a la libre importación, dándole la libertad a sus ciudadanos de beneficiarse de los mejores y más baratos productos y servicios, no importa de dónde estos provengan.

Eso sí sería una demostración de “sensibilidad social”, en lugar de seguir instrumentando los fracasados programas de sustitución de importaciones y de protección a la industria local, con lo cual sólo se ha logrado aumentar la “brecha social” de la cual los políticos tanto se quejan. Y los acuerdos regionales están muy lejos promover el libre comercio porque estos más bien suelen ser simples instrumentos para erigir barreras más altas contra los países no participantes.

Hugo Chávez manifestó –en su confuso vocabulario– una abierta oposición al libre comercio, declarando su desacuerdo con cualquier proyecto de integración que pretenda “convertirnos en un gran supermercado que se quede atrapado en el círculo del economicismo; sería un proyecto sin pueblo y por tanto sin combustible para la historia”.

Vicente Fox, por su parte, apuntó que “nuestra región sigue siendo una de las más inequitativas del mundo; 220 millones de personas viven en la pobreza, sin la protección de redes solidarias gubernamentales o de la sociedad civil”. Es cierto. En México, el gobierno anterior salvó a los banqueros e inversionistas y fue el pueblo quien pagó por las fatales equivocaciones de las autoridades monetarias, mientras que en Venezuela, Chávez y sus antecesores en el palacio presidencial han logrado retroceder el estándar de vida del venezolano común a niveles de 1950.

Entonces, si algo no necesitamos es más de lo mismo. La planificación e intervención gubernamental en las economías latinoamericanas nos mantienen atrapados en una era precapitalista y lo que requerimos es una nueva lucha por la libertad y la independencia en el continente, para quitarnos de encima a pesados y corruptos gobiernos que han resultado ser mucho más dañinos que los colonizadores españoles.

© AIPE

Carlos Ball es director de la agencia de prensa AIPE y académico asociado del Cato Institute.

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