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Carlos Ball

Sórdida regulación

El lento avance y los frecuentes retrocesos del libre comercio en las Américas se deben a que los gobiernos optan siempre por conveniencias políticas, en lugar de basar su estrategia en principios económicos que verdaderamente benefician a la población. Por ejemplo, el proteccionismo azucarero, textil y siderúrgico de Washington es absurdo. ¿Quién va a creer en la buena fe de negociadores que por un lado proclaman principios económicos que comprueban que el libre comercio internacional beneficia particularmente al país importador (sus ciudadanos aumentan automáticamente su nivel de vida, al tener acceso a productos y servicios más baratos), cuando todo el tiempo proponen y defienden incoherentes excepciones a esos mismos principios?  Los tratados son más políticos que comerciales. El ciudadano, o sea el consumidor, no está representado por nadie en esas negociaciones. Los ministros y embajadores representan realmente los intereses de determinados grupos cercanos al gobierno de sus países: grandes empresarios que gozan de oligopolios y privilegios especiales, sindicatos, hacendados, etc. Esa falta de transparencia ocurre tanto en Washington como en todas las demás capitales, un tipo de corrupción que enloda a todo el hemisferio.
 
El proteccionismo azucarero de EEUU revela que una cosa es la retórica del libre mercado utilizada por Washington y otra muy diferente es la realidad política. A través de cuotas de importación, aranceles y financiamiento preferencial, el gobierno impide la libre competencia en azúcar, beneficiando a un pequeño grupo de productores azucareros que tradicionalmente hacen grandes contribuciones a los partidos Republicano y Demócrata. Por ello, el precio del azúcar en EEUU es tres veces el precio mundial. ¿Cómo es eso posible? Porque los beneficios se concentran en unos pocos, mientras que los costos están dispersos entre todos.
 
La diferencia entre el precio mundial (alrededor de 7 centavos la libra de azúcar) y el precio en EEUU (unos 21 centavos) implica que al consumidor promedio le cuesta unos 25 dólares más al año. Nadie pelea o cambia su voto por 25 dólares. Pero multiplique 25 dólares por la población de EEUU y el beneficio que va a pocas manos es inmenso. Esa política proteccionista también fomenta la miseria en las islas del Caribe y en América Central, lo mismo que el antiamericanismo en Brasil, productor mundial número 1 de azúcar. El caso de Haití es dantesco. La administración Clinton reimpuso por la fuerza al corrupto presidente Jean-Bertrand Aristide y Washington no permite la importación de azúcar haitiana, uno de los pocos productos en que esa pobre nación goza de claras ventajas comparativas. El proteccionismo también hace daño a los norteamericanos. El caso de los caramelos Salvavidas es reciente. Esa fábrica fundada en 1912, cuando el hundimiento del Titanic hizo popular el término salvavidas, vende caramelos por todo el mundo. Pero la fábrica principal, propiedad de Kraft, tuvo que mudarse el año pasado al Canadá, con la pérdida de más de 600 empleos. La razón es que en Canadá sí rige el precio mundial del azúcar. Lo mismo sucede con otros fabricantes de alimentos y bebidas que utilizan azúcar, calculándose que el desempleo causado por el proteccionismo azucarero afecta a unas diez mil personas.

El gobierno de EEUU paga a agricultores para que no produzcan azúcar y gasta alrededor de 1.680 millones de dólares al año en compras de azúcar para almacenarla indefinidamente y así mantener alto el precio interno. Paralelamente, las barreras a la importación impiden que naciones pobres exporten azúcar barata a EEUU por valor de unos 1.500 millones de dólares al año. Actualmente está en duda la firma del acuerdo de libre comercio con Australia por presiones de los cabilderos del azúcar, quienes tienen especial fuerza en un año electoral. Y bajo Cafta (el acuerdo de “libre comercio” con América Central), se limita el acceso de azúcar centroamericana a menos de 1,5% del consumo en EEUU.  Un reciente editorial del Wall Street Journal concluye que las cuotas de importación de azúcar enriquecen a unos pocos ya muy ricos a costas de todos los demás. Mientras Washington mantenga ese doble discurso, seguirá cayendo la popularidad de EEUU y seguirán fracasando los intentos en reducir la pobreza en las Américas por medio de un radical aumento del intercambio comercial.

© AIPE

Carlos Ball, director de la agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute.

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