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Carlos María de Urquijo

Desafío institucional

Esta semana de septiembre pasará a la historia de nuestra peculiar democracia vasca por el doble desafío lanzado desde sus dos poderes más significativos: Ejecutivo y Legislativo. Cada uno con su particular despropósito. Así, mientras el Gobierno Vasco se querella contra el juez Garzón, el Parlamento se convierte en refugio seguro y subvencionado del brazo político de ETA, poniendo de nuevo en evidencia la nula voluntad del nacionalismo ¿democrático? de buscar la derrota total y definitiva de ETA.

Estoy convencido de que los vascos con sentido común, amantes de la Ley y respetuosos del estado de derecho, no podrán menos que sentir vergüenza e indignación al comprobar cómo su Gobierno y Parlamento legítimos, pierden el rumbo al compartir, una vez más, la actitud desestabilizadora de Batasuna. Resulta indignante que mientras el portavoz de este Gobierno acusa al Partido Popular de mantener una estrategia complementaria y concurrente con Batasuna en relación con su proceso de ilegalización, se apresten simultáneamente a poner en marcha toda suerte de iniciativas para impedir que el estado de derecho asfixie al entramado terrorista.

La semana pasada quisieron y no pudieron, que el Parlamento recurriera la Ley de Partidos al Tribunal Constitucional. Batasuna renegó de su compañía y no lo consiguieron. Pero, tercos en su empeño y respondiendo a la llamada de la sangre –ya lo dijo Arzallus, aunque descarriados son patriotas– ahora acusan de prevaricador al Juez que ha puesto a ETA contra las cuerdas y prestan la máxima institución del autogobierno vasco, nuestro Parlamento, a una cuadrilla de matones para que tomen aliento y sigan desafiándonos cada día.

¿Qué queda de aquel Atutxa consejero de Interior, pesadilla de terroristas? y ¿qué ha sido de aquel Lehendakari que no utilizaría los votos de HB ni para gobernar ni para hacer oposición? Queda la verdad de lo que realmente son los nacionalistas. Cuando los acontecimientos les obligan a retratarse ante los liberticidas, se quitan el disfraz, quedando al descubierto sus miserias. Es entonces cuando comprobamos que al encontrarse en una encrucijada siempre toman el camino equivocado, que además resulta el más cómodo, el de menor riesgo. Lo vimos en Estella respondiendo temerosos al espíritu de Ermua y lo vemos ahora frente al impulso del estado de derecho para acabar con la impunidad de Batasuna. La triste realidad es que el nacionalista, antes que demócrata, es nacionalista y a su ideología supedita todo lo demás, incluso la propia defensa de la democracia.

Por eso hoy les vemos tomar decisiones que avergüenzan a cualquier vasco de bien, pero que agradan a nuestros bárbaros particulares. Los euskonazis saben que en los momentos difíciles siempre van a contar, a pesar de todo, con la disculpa y el apoyo de sus hermanos de sangre. Por eso, mientras los nacionalistas ¿democráticos? no se den cuenta de que, antes que la ideología, se debe defender el derecho a discrepar –en definitiva, la democracia–, tardaremos mucho más tiempo en restablecerla plenamente en el País Vasco. Pero igualmente deben saber también que, con su concurso o con su indiferencia, otros muchos estamos dispuestos a hacer los esfuerzos que sean necesarios para que finalmente también se abra paso en nuestra tierra.

Carlos Mª de Urquijo es parlamentario vasco del PP.

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