Es políticamente correcto cantar las alabanzas de la Organización de las Naciones Unidas. En realidad, la ONU es ineficiente, onerosa, reaccionaria y corrupta. La última prueba de que sus mensajes suelen ir contra la libertad y la responsabilidad pudo leerse esta semana en La Razón, que informó: “La ONU propone el aborto libre para acabar con la pobreza”.
Hay bobadas que se resisten a desaparecer. Estos burócratas de la ONU vienen desde hace décadas insistiendo en el camelo reaccionario de que la culpa de la pobreza es de los pobres, porque son muchos: si fueran menos, tocarían a más. La solución, pues, es el control de la natalidad.
Nada de esto se tiene en pie, y tanto la teoría como la práctica sugieren que en ningún caso los países controlan la natalidad y como consecuencia dejan atrás la pobreza. La verdad es la contraria: los países dejan atrás la pobreza y como consecuencia controlan la natalidad. Y hay una diferencia crucial entre ciudadanos que deciden tener más o menos hijos dentro de una paternidad responsable y libre, y ciudadanos que son artificialmente incentivados por el Gobierno a tener menos hijos, mediante un intervencionismo que va desde el “aborto libre y gratuito”, siniestra consigna supuestamente progresista, hasta toda suerte de coacciones y crueldades como las perpetradas por la dictadura comunista china.
Pero nada sacude el prestigio de la ONU, donde las tiranías más genocidas y los gobiernos menos recomendables campan por sus respetos y comparten la disparatada corrección política que ve en la interrupción del embarazo la forma de superar la miseria.