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El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha declarado una valiente guerra contra la dictadura: defendió la política de la OPEP de precios altos del petróleo y aseguró que dicha organización se constituirá en la vanguardia del combate contra “la dictadura económica mundial”.

El pensamiento antiliberal siempre ha identificado el poder económico con el político, y exigido el incremento de éste para “compensar” aquél. Esto es una pura patraña, porque en el mercado si se cumplen las leyes no es en absoluto necesario que unas empresas más grandes exijan unos ministerios correspondientes, puesto que las empresas están contenidas por el propio funcionamiento de la competencia.

Otra de las fábulas de los enemigos de la libertad ha sido insistir en que no somos libres, que en el mercado nos mandan y manipulan. Con lo cual, si nos va a manejar como títeres un siniestro empresario (para peor ¡yanqui!), entonces casi mejor que lo haga un cariñoso mandatario compatriota.

Pero si todo esto es ridículo, en el caso de Chávez, como era de esperar, lo es aún más, porque la OPEP no puede ser presentada como una organización justiciera sino como lo que es: un cártel estatal de un mercado intervenido, una reunión de políticos, en su amplia mayoría no demócratas ni respetuosos de los derechos y libertades de sus súbditos. ¿Ellos van a luchar contra alguna dictadura?

Además, el encarecimiento del petróleo difícilmente ayude a los países pobres, más bien al contrario, porque es sabido que las crisis de los años setenta incrementaron la eficiencia energética en los países desarrollados mucho más que en los subdesarrollados: ¿qué clase de justicia pretende abanderar Chávez si su solidaria política perjudica más a los brasileños o los indios que a los estadounidenses o británicos?

Y lo más sangrante de toda esta apelación de Chávez a la lucha contra la dictadura es que la pronunció ¡delante de Fidel Castro!

El gobierno de Caracas ha dado un balón de oxígeno, o de petróleo, al sátrapa de La Habana, consolidando así su repugnante régimen. Dicen que la quinta visita del dictador a Venezuela fue un fracaso en términos de opinión pública, quizá como resultado del regalo petrolífero de Chávez, un personaje que, como Castro, cautiva a la izquierda, en impecable demostración del deterioro de los tres.

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