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Carlos Rodríguez Braun

Educación lucrativa

si aumentan los centros docentes con ánimo de lucro eso sólo puede significar que la educación que ofrecen es tan buena que los ciudadanos optan por demandarla

Este titular de ABC atrajo mi atención: “Un informe alerta sobre el auge de los centros docentes con ánimo de lucro”. La retórica antiliberal es tan poderosa que la palabra “lucro” incluso suena mal, suena a estupro, a agresión infame, a violento saqueo.

Habrá que recordar, entonces, que un centro docente podrá tener “ánimo” de lucro, pero sólo hay una forma en que consiga obtener efectivamente dicha ganancia: si ofrece una educación lo suficientemente buena como para que la gente con libertad la demande y la pague.

Así, si aumentan los centros docentes con ánimo de lucro eso sólo puede significar que la educación que ofrecen es tan buena que los ciudadanos optan por demandarla. Obviamente, significa que esos ciudadanos tienen dinero para pagarla. Todo esto está bien por cualquier lado que se lo mire. Pero entonces ¿por qué alertar sobre su auge?

Lo interesante del informe es que, precisamente, demostraba la extensión de la prosperidad: “La demanda de estudios universitarios se ha disparado en todo el mundo”, y añadía que especialmente en los países pobres. Es tan dinámica esta demanda acrecentada que el sector público no ha podido asumirla, y de ahí la vertiginosa proliferación de centros privados. En la India, se explicaba, el 70 % de la educación superior es privada; pero no se reflexionaba sobre si esto tiene alguna relación con la buena calidad de la educación india, sino que se encendían las luces de alarma de la corrección política: “La ‘mercantilización’, un riesgo para la educación superior en todo el mundo”.

Oiga ¿cómo va a ser un riesgo? La gente es más rica y, conforme con la venerable Ley de Engel, su demanda de servicios, en particular la educación, aumenta más que proporcionalmente. Motivo, sin duda, para felicitarse. Sin embargo, este informe está muy preocupado con esto, porque resulta que la educación es “un servicio público” y jamás puede ser (¿no lo adivina?) “una mercancía”; es decir, no puede ser algo que la gente libremente decida comprar.

La fotografía que ilustraba el reportaje era reveladora, porque mostraba a tres veteranos progresistas, defensores del informe y autores de disparates sin cuento contra la libertad: Rigoberta Menchú, Adolfo Pérez Esquivel y José Saramago.

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