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Un asunto poco explorado es la puerilización intelectual del pensamiento único. Hace algún tiempo, vaciaron al Congreso de diputados y pusieron sólo niños. El resultado fue muy interesante porque ¡ambos grupos dijeron lo mismo! Interrogados los niños sobre cómo resolver la pobreza en el mundo, coincidieron en que había que entregar a los pobres el 0,7 %.

El paralelismo ha vuelto a aparecer esta semana, porque una niña de 11 años escribió una carta a El País en la que reclamaba a José María Aznar que diera a los pobres el 0,7 %, porque ella aspiraba a que España “también sea famosa por la generosidad de sus habitantes”.

Llena de nobles sentimientos, esta niña, lógicamente, no es capaz de percibir la dificultad del problema que pretende abordar, desde que la pobreza no se resuelve con donaciones, hasta el hecho de que “España” son los españoles libres y no los políticos que no operan con su dinero sino con el extraido coactivamente de sus súbditos. Identificar a España con sus gobernantes, y a la generosidad con la coerción, es una peligrosa falacia que, repito, está justificada en el caso de los niños. Llamativamente, sin embargo, el pensamiento único ha extendido estas distorsiones de la realidad a todas las edades.

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