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Carlos Rodríguez Braun

La multiplicación (del precio) de los panes

Los países comunistas tienen una larga experiencia de este modelo contrario al liberalismo, el modelo conforme al cual no son los consumidores los que demandan y consiguen los bienes, sino los políticos socialistas quienes los suministran.

A propósito del encarecimiento del pan, vuelve Vidal Maté en El País a la idea de que el precio del pan depende estrictamente del precio de la harina, y debe variar en precisa proporción. Si el pan sube más, esto "no tiene justificación, y mucho menos cuando los aprovisionamientos de la industria panadera no se han hecho siempre a los precios máximos de los trigos". Pero que no se diga que el disparate es nuestro monopolio. La ecologista chilena Sara Larraín, ex candidata presidencial, preguntó: "¿Por qué los europeos han de comer plátanos en una época en que no hay?"

Ya hemos criticado a la ministra Espinosa por la idea simplista y equivocada de que los precios de los bienes de consumo se relacionan de manera mecánica con los precios de sus materias primas. La realidad es mucho más compleja y los precios reciben toda suerte de influencias aparte del coste de los inputs, desde la política monetaria hasta las expectativas de futuro, pasando por las estructuras comerciales más o menos competitivas. Pero don Vidal da un paso más allá y enlaza costes y precios de modo aún más rígido, al sostener que los productos no sólo deben tener precios basados en sus materias primas sino en el coste de éstas en cada instante del pasado. Esto es absurdo, y para comprobarlo basta con imaginar el lío que se organizaría si efectivamente fuera así, porque idénticas mercancías tendrían precios distintos en el mismo momento, en función de cómo los diversos costes de su elaboración hayan evolucionado.

Lo de doña Sara es una nueva prueba de que la ecología representa el último disfraz del comunismo, que tras cien millones de trabajadores asesinados aún subsiste, aunque, claro está, en Occidente, donde sus cultores no tienen que predicar ante quienes lo han padecido realmente. La Cumbre de los Pueblos (porque la izquierda narcisista siempre se ha ufanado de reflejar especularmente al pueblo), celebrada en paralelo a la reunión gubernamental de Santiago, recogió mensajes antiliberales como el de la señora Larraín, que para frenar el calentamiento global propone hacer lo propio con el comercio, y precisamente con los plátanos, cuyo tráfico está limitado para proteger a los ineficientes agricultores europeos, en especial los canarios. Es decir, quiere frenar aún más la libertad.

Doña Sara es la que sabe cuándo hay que comer las cosas: cuando haya. Los países comunistas tienen una larga experiencia de este modelo contrario al liberalismo, el modelo conforme al cual no son los consumidores los que demandan y consiguen los bienes, sino los políticos socialistas quienes los suministran. Y allí, en efecto, se come cuando hay. Y si hay poco y malo, pues eso es el famoso progreso igualitario y nada neoliberal.

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