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Al ministro de Trabajo, Juan Carlos Aparicio, le pareció bien la propuesta del Banco de España de establecer unas pensiones privadas obligatorias. Los portavoces de su ministerio se apresuraron a matizar poco después: “Trabajo no pretende fomentar los fondos privados de pensiones”. Era como si los hubiesen pillado con el paso cambiado. La ministra peronista Celia Villalobos declaró dramáticamente al asumir su cartera que ella nunca iba a privatizar la sanidad. Es curioso cómo los políticos de todos los partidos se afanan en aclarar que ellos no son privatizadores, como si tal afán de permitir que la gente elija fuera criminal, y en cambio no les suscite el más mínimo pudor el obligar a los ciudadanos a pagar.

Idéntica asimetría es la que adjudica todos los bienes a la idea de sociedad y todos los males a la de individuo. Otra vez, se pasa por alto la crucial circunstancia de que cuando se habla de lo “social” jamás se alude a unas personas que en sociedad eligen libremente, sino a unos políticos que imponen sus decisiones sobre la sociedad. Esta ofuscación es lo que hace que lo social resulte impecable. Hace algunos años, la distinguida militante izquierdista Cristina Almeida fue instada por un periodista para que se definiera ideológicamente; sin titubear, miró fijamente a la cámara de televisión y proclamó: “yo soy social”. Caramba, pensé yo, sabía que era una señora imponente, pero nunca pensé que tanto.

En fin, Feliz Navidad y Feliz 2001, odisea del espacio privado y libre.

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