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Carlos Rodríguez Braun

Sami Naïr y la competencia ciega

Si nos tomamos en serio el diagnóstico del catedrático, deberíamos concluir que los impuestos han sido reducidos radicalmente, que el gasto público es insignificante, que los tratos y contratos voluntarios predominan en masa sobre la coacción

Sami Naïr, catedrático de la Universidad Carlos III, escribe un artículo en El País. Sólo subrayaré algunos de sus tópicos: "una crisis sin precedentes en las políticas sociales: la noción de interés general ha sido profundamente erosionada, y los servicios públicos, desmantelados", estamos subordinados a la "mercantilización" y a un "capitalismo sin alma", y "todo debe someterse a la sacrosanta ley del dinero y la competencia ciega".

Si nos tomamos en serio el diagnóstico del catedrático, deberíamos concluir que los impuestos han sido reducidos radicalmente, que el gasto público es insignificante, que los tratos y contratos voluntarios predominan en masa sobre la coacción, que no existe la redistribución política y legislativa de las rentas, y que ningún bien ni servicio público se presta al margen del mercado, es decir, al margen de las decisiones libres de los ciudadanos.

Este escenario es una pura ficción, y la realidad es la opuesta a la retratada por Sami Naïr: los impuestos y el gasto público no han sido apreciablemente recortados en ninguna parte del mundo, el peso del Estado del Bienestar no se ha reducido y el control político y legislativo sobre la vida de las personas, sus libertades y sus propiedades no es ahora significativamente menor que antes.

Pero si la distorsión de la realidad que perpetra el catedrático es notoria, la teoría con la cual la analiza es inquietante. No concibe que el interés general sea propiciado por mujeres y hombres libres, y detesta las mercancías, que se definen precisamente porque nadie está obligado a comprarlas: si don Sami no quiere mercancías, es que quiere la coerción. Como el capitalismo carece según él de alma, deberemos concluir que el socialismo sí la tiene, una tesis como mínimo cuestionable.

Eso de "someterse a la sacrosanta ley del dinero" es curioso, porque lo sagrado no tiene la fuerza de la ley, y el dinero de la gente sí está sometido al poder político: sólo así se explica que las autoridades europeas extraigan por la fuerza todos los años aproximadamente la mitad de la riqueza generada por los ciudadanos. ¿No le parece esto a Sami Naïr suficiente sometimiento? Parece que no, porque él está muy en contra de la "competencia ciega".

Pero, otra vez, la alternativa de la competencia ciega es la política, que coacciona mirando. La competencia, en efecto, no ve, y allí no hay castas ni privilegios; en el mercado todos somos iguales y debemos ajustarnos a la opinión de los demás. Por ejemplo, no podemos forzarlos a que compren lo que queramos y paguen lo que a nosotros nos dé la gana. Esa coerción no se puede ejercer en el mercado, porque la competencia es ciega.

Fíjese qué interesante, profesor Naïr: lo mismo le sucede a la justicia.

En Libre Mercado

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