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Carmen Romero afirmó: “Prefiero ver a las mujeres de derechas en política que en la beneficencia”. Y Felipe González aseguró entre otras bobadas que la presión fiscal ha aumentado.

El desdén de doña Carmen por la beneficencia es un revelador resumen de su recelo hacia la libertad. ¿Qué diferencia fundamental, en efecto, separa a la política de la beneficencia? Pues eso, que la beneficencia es voluntaria y la política obligatoria. La señora Romero, con la ridícula pretensión de primacía moral que caracteriza a la izquierda, da la bienvenida a las personas que, como ella, idolatran la coacción.

Su señor marido, en esto de pensar, no va mucho mejor. Según él “los tipos de interés no han contribuido a la inflación”. Eso de que la política monetaria no tenga nada que ver con el nivel de precios es una audacia, pero el propio don Felipe la empequeñeció denunciando que en España hay un déficit público oculto de entre un 2,5 y un 3,5 % del PIB. ¡Y lo dijo él, que tuvo un déficit declarado del 7 %!

La pretensión del señor González de que los españoles padecemos una presión fiscal mayor por culpa de Aznar y los suyos es otro insulto a la inteligencia. Yo comparto las críticas que se puedan formular contra la pusilanimidad del PP, contra su vacuo centroreformismo y su debilidad a la hora de beneficiar a los ciudadanos con amplias liberalizaciones y bajadas radicales de impuestos. Pero nadie puede dudar de que, con todo, la coacción fiscal, que cabe medir conforme a la proporción del gasto público total sobre el PIB, ha caído en nuestro país desde el 50 % registrado en 1992 hasta el 40 % en la actualidad. Y ahora, para nota: ¿qué abnegado y solidario político presidía el Gobierno en 1992, cuando la coerción impositiva alcanzó el máximo nivel de la historia de España?

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