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Carlos Sabino

Kirchner, pasado y presente

Llegué a Buenos Aires cuando las encuestas le otorgaban al presidente Néstor Kirchner un astronómico 80% de popularidad, aunque los últimos sondeos indicaban ya un descenso que, de algún modo, es previsible cuando se está en tan altas cimas. Hablé con mucha gente, intelectuales, amigos y familiares, pero sobre todo con gente sencilla, de esa que trabaja todos los días para sobrevivir y forma el grueso de los votantes y de la opinión pública. Los resultados de esa encuesta informal me sorprendieron tanto que he decidido ahora compartirlos con mis lectores.
 
La popularidad de Kirchner se basa, como la de todo buen populista, en una mezcla de declaraciones y promesas (de esas que a casi todos gusta escuchar) con algunos resultados prácticos que, aunque impactantes, se suelen desvanecer en el muy corto plazo. Sobre esto último es preciso admitir que Argentina se encuentra en un proceso de recuperación económica que (si bien tiene poco que agradecerle al presidente actual) es perceptible para cualquier observador. Claro está, después de la profunda crisis vivida desde la segunda mitad de 2001, que llevó a un descenso impresionante de la actividad económica y a la pesadilla de la pérdida de sus ahorros para millones de ciudadanos, a nadie puede asombrar que la economía haya "rebotado", sobre todo si el estado sigue sin pagar la inmanejable deuda externa que repudió dando muestras de alegre desparpajo. La situación ha mejorado y este hecho puede explicar un clima político más favorable que llegó, como una especie de regalo, a manos del nuevo presidente.
 
El otro punto a destacar es el discurso de Kirchner sobre el pasado de violencia que tiene la Argentina, su actitud ante la guerrilla y los gobiernos militares de los años setenta. Rodeándose de algunas figuras de la izquierda de aquel entonces -como su jefe de prensa, Bonasso, que ocupaba el mismo cargo en la organización de los Montoneros- Kirchner se ha presentado como el paladín de los derechos humanos, del castigo a los militares culpables de los excesos del pasado, como el campeón de una causa popular que, según el mito, se habría ahogado por medio de la más brutal represión. La realidad de lo sucedido, bien diferente, documentada y recordada aún por millones de argentinos, ha hecho que este discurso -en el fondo revanchista y anacrónico- haya tenido sólo un impacto momentáneo y muy parcial en la opinión pública de hoy.
 
Es cierto que los derechos humanos se violaron sin piedad durante los años de la "guerra sucia" y que la justicia dejó de resolver centenares de casos de lo que ocurrió en aquel tiempo. Pero lo que interesa al argentino corriente ahora no es saldar viejas deudas en muchos casos confusas y presentadas unilateralmente, sino defender sus derechos, tan humanos como los de los guerrilleros, ante la ola de asaltos, secuestros y asesinatos que padece su país. La inoperancia del gobierno, su despreocupación, preocupa mucho a la gente que he entrevistado: mientras Kirchner ataca a los militares y recuerda masacres del pasado, como en su último viaje a la Patagonia, jóvenes inocentes mueren en manos de bandas de secuestradores en plena capital.
 
La popularidad de Kirchner, que al día de hoy no debe llegar ni al 50%, es en el fondo sólo una especie de aceptación pasiva, una actitud tolerante de dar tiempo a un funcionario al que no se quisiera ver fracasar: no se trata de un apoyo a la causa de una izquierda tan violenta y militarista como los militares que la derrotaron, sino una forma de esperar, de confiar en que tal vez la próxima crisis del país no resulte tan devastadora como las anteriores. Los argentinos no quieren venganza, no quieren resucitar el odio de otros tiempos: quisieran que, por una vez, les dieran seguridad y tranquilidad para poder trabajar y prosperar en paz.
 
 
© AIPE
 
Carlos Sabino nació en Buenos Aires y actualmente es profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín.

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