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Carlos Semprún Maura

A freir espárragos

Varias cosas de importancia, algunas relativa, han ocurrido desde mi última carta. No me refiero a la catástrofe del “Columbia”, desde luego importante, ni a la derrota de las socialburocracia en dos importantes länders alemanes, aunque en este caso, teniendo en cuenta el “eje del mal” francoalemán, que pretende dirigir Europa, en su cruzada antiyanqui, esto cuenta evidentemente en París. Bien sabido es que la semana pasado ocho jefes de estado y de gobierno europeos hicieron pública una declaración en la que reafirmaban los valores democráticos que Europa comparte con los USA. Esta declaración valiente y de sentido común fue muy mal acogida en Francia.

Le Fígaro del pasado viernes arremetía en su editorial contra Aznar, Blair, mi admirado Havel y los demás, acusándoles de traicionar la solidaridad europea. En esta reacción del diario se manifiesta más, repito, su seguidismo hacia el Presidente Chirac y su Gobierno que un “antiyanquismo” cerril, tradicional en la prensa de izquierda como Le Monde. Pero el resultado en el mismo: Europa no pueda ser dirigida, “a la iraquí”, por uno o dos estados. Menos mal que, para el honor periodístico de Le Figaro, el mismo día que su iracundo editorial publicaba un excelente artículo de Alain Madelin, ex presidente de Democracia Liberal, hoy engullida por la UMP mayoritaria. Escrito al mismo tiempo que “la declaración de los ocho” y defendiendo los mismos valores democráticos, Madelin recuerda que Europa pidió la ayuda de los USA, al margen de toda decisión de la ONU, para intervenir positivamente en Bosnia, Kosovo y hasta para bombardear Belgrado. Y ¿no es Sadam Hussein tan o más peligroso que Milosevic? Madelin denuncia también el oportunista fetichismo onusiano francés, cuando se sabe, por ejemplo, que Libia preside su comisión de Derechos Humanos, y que no hace tanto, la propia ONU, y su secretario general, el bobo de Coria, Kofi Annan, organizaron en Durban, África del Sur, una conferencia rabiosamente antisemita y antidemocrática. Y, añadiría yo, Francia no ha pedido el menor aval onusiano para intervenir en Costa de Marfil con los catastróficos resultados que están a la vista.

Pero no todo son tragedias en la vida y yo sitúo el come back de Lionel Jospin, en clave de vodevil. El primero de febrero, dos páginas apretadas de Le Monde le sirven para presentarse como candidato a su propia sucesión. Hipócrita, como siempre, empieza diciendo que sigue fiel a su promesa de abandonar la vida política, realizada el fatídico 21 de abril, pero que eso no le impide opinar para ser útil a su partido, a la izquierda, a Francia, y a Irak. Considera que su balance es maravilloso, y por lo tanto el PS no tiene que buscar vías nuevas y alguna que otra idea, sino sencillamente seguir por el sendero luminoso que él ha trazado. Si perdió, fue por culpa de la división de la izquierda, y sobre todo por la traición de Jean Pierre Chevenement.

Dos cosas, al menos, contradicen el autobombo de Jospin: en la primera vuelta de las presidenciales, la derecha también estaba muy dividida, y en la segunda vuelta de las legislativas, cuando la unión de la izquierda se realizó de nuevo y totalmente, eso no impidió que fuera barrida. Lo que Jospin no puede entender es que –al margen del imprevisto jokker Le Pen– los franceses rechazaron, primero, a él personalmente, luego su Gobierno, su política, sus 35 horas y sus proyectos para “cambiar la vida”. ¡Pobre PS, sin proyecto, ni líder, obligado a buscar, como un mendigo, en sus cubos de basura, un cacho pan!

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