Personajes semejantes se encuentran en las novelas francesas de los siglos XVIII y XIX, personas que consideran que no han recibido lo que se merecían al nacer, y que luchan para obtenerlo y para vengarse de todo y de todos, el Destino, la Familia, las Leyes, lo que sea. Tratándose de mujeres en una sociedad republicana como la francesa actual, las ansias de reconocimiento y revancha de Mazarine Pingeot-Mitterand nos tienen sin cuidado, y sólo el esnobismo provinciano de la tele, y de la prensa rosa y amarilla, lo saca a relucir. Mazarine es capaz de todo, pero no puede nada.
Lo ha estado jugando con paciencia, un poco de violín sobre los sufrimientos de la hija adulterina, un poco de acordeón sobre su búsqueda de identidad, un par de novelas sobre el tema de la soledad, que, púdicamente, las casas editoriales reconocen haberla “ayudado a escribir”, porque es semianalfabeta, como las demás jovencitas de su edad. Y, ya mayorcita y responsable, lo primero que exige de su compañero sentimental es que realice un documental sobre su fabuloso destino y su maravillosa persona. Si estuviéramos en el siglo XIV y Mazarine fuera princesa, sus increíbles ambiciones, porque son varios los hijos e hijas naturales del difunto Presidente, hubieran podido provocar guerras, pero ahora ni a pleitos. La pobre chica es tan tonta que va a tener que inventarse que su padre presidente intentó violarla cuando tenía trece años, para que se siga hablando de ella. ¡Pobre Mitterand! No deja ni herencia política ni herederos, pero sí un hijo imbécil, otro que es un bandido y una hija que se cree Madonna pero sin voz. Y no citaré a todas sus viudas porque lo cortés no quita lo valiente.