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Carlos Semprún Maura

Chubascos y butifarra

En Francia, este 19 de Agosto, se comentó de manera mesurada el décimo aniversario del golpe en Moscú, de 1991, nada comparable a la verborrea de la plañidera Pilar Bonet en El País (¿en dónde iba a ser?), la más rabiosa nostálgica de la URSS y de su Gulag. Aquí se comentan los hechos, se recuerda el fracaso y se olvidan algunos datos. La actitud de Gorbachov no fue “ambigua”, se rajó ante los golpistas, claro que tenía el cañón en la sien. Yeltsin se portó como quien manda, pero todo Moscú se echó a la calle para defender la ilusión de la democracia, Putin estuvo contra los golpistas y ahora parece como si quisiera aplicar parte de su programa. Pero dos cosas al menos no logrará obtener: la vuelta a la “planificación socialista de la economía” y la influencia mundial y perversa de la URSS como “patria de los trabajadores”. Nadie señala, sin embargo, que no hubo la menor represión a consecuencia del golpe. Le Monde recordó cómo Mitterand hizo el ridículo saludando a los golpistas como a los “nuevos dirigentes” para mentir dos días después negando que lo hubiera dicho cuando todo el mundo le había oído. Sin llegar a los excesos de una Bonet, sigue existiendo en Francia cierta nostalgia de una potente URSS frente a los USA. Eso expresaba Miterrand y expresan los burgueses antiglobalización de Le Monde Diplomatique.

Siguiendo, no en Rusia, pero sí con el ruso, en esa lengua, rab quiere decir esclavo, rabota, trabajo y rabotnik, trabajador. A partir de esas palabras, Karel Capek “inventó” el término robot, en su obra RUR de 1920. Estas precisiones no están ni en el DRA, pero todo el mundo no tiene la suerte de vivir con una mujer cuya lengua materna es el ruso. Lo digo, porque Le Monde estuvo publicando, la semana pasada una serie de artículos sobre los robots vistos bajo el ángulo tecnológico y cuya retahíla era: los robots no sustituyen a los hombres. ¡Tendrán caradura! Sin salir de Francia, los robots han puesto de patitas en la calle a cientos de miles de trabajadores en la industria textil, metalúrgica, siderúrgica, del automóvil, etc... y no hace tanto y el proceso continúa. Los “planes sociales”, como hipócritamente se denominan los despidos en Michelin, Danone y otras empresas, también se deben a las nuevas tecnologías. Elegiré el ejemplo cotidiano y sencillo del metro parisiense (empresa estatal). En el andén de cada estación había antaño por lo menos tres personas: las dos, generalmente eran señoras, que a cada entrada controlaban y perforaban los billetes y un jefe de andén. Ahora, todo es automático y no hay nadie. En los autobuses eran dos, ahora está sólo el chófer. Y en todos los sectores de actividad ocurre más o menos lo mismo. Los robots crean pues riqueza y paro, pero, como los avestruces dominan el mundo político sindical y laboral (y la prensa), nadie se atreve a tener en cuenta la realidad pero los problemas no se resuelven, ocultándolos.

A principios de este mes de agosto, fue incendiada otra sinagoga en los arrabales parisienses. No es la primera, pero no podría dar la cifra exacta de incendios, o intentos, porque se ocultan. En cambio no ha sido atacada ninguna mezquita. Si en Oriente Medio, las barbaridades son obra de ambos campos, en Fancia cada vez más abiertamente se echa la culpa de todo incluso de los sangrientos suicidios terroristas, a Israel y muy particularmente a Sharon, no faltaba más. El viejo, arraigado y popular antisemitismo se manifiesta ahora con buena conciencia de izquierdas bajo el manto del antisionismo. Pero esto no entra en el “periodismo de veraneo” y se merece mayor atención. Me limitaré por ahora a poner el dedo en la llaga, el dolor será para una próxima vez.

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