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Carlos Semprún Maura

Como ciegos en las autopistas

Todavía no sé si constatar el número de páginas que la prensa francesa (y también la española) consagra a una guerra de la que nada sabe, me irrita más de lo que me divierte. “La guerra de Afganistán” está bajo censura militar, y lo único que se conoce a ciencia cierta es que los angloamericanos han bombardeado; lo demás es literatura. Ni siquiera se conocen los resultados exactos de estos bombardeos, salvo los partes oficiales que afirman: hemos logrado nuestros objetivos. No iban a decir otra cosa. Y en cuanto a la televisión, no hablemos. La ausencia de imágenes de actualidad les obliga a mostrarnos durante horas las jetas de supuestos expertos, junto a viejos montajes de maniobras en las Islas Caimán. En esa tan abundante literatura, he notado dos opiniones que se repiten: el derrotismo seudo pacifista -en realidad antiyanqui-, y la leyenda de un Afganistán invencible, lo cuál es una mentira absoluta.

Sin entrar en detalles históricos recordaré que Afganistán, a lo largo de su historia, ha sido conquistado y ha formado parte de diferentes Imperios, y que sólo es independiente desde 1925. Si los británicos perdieron varias batallas durante el siglo XIX, ganaron otras; y al fin y al cabo, Afganistán formó parte, aunque de manera peculiar, del Imperio Británico hasta su independencia. Se cita con abundancia y fruición a generales rusos, quienes proclaman a gritos: “si nosotros perdimos, nadie puede ganar”. Bobadas, la verdad es que el ejercito soviético se encontró con que sus tropas no querían combatir, salvo ciertos batallones de paracaidistas y comandos especiales.

También es sintomática la ambigüedad de Lionel Jospin: quiere estar en primera fila a toda costa, desplazando a Chirac, pero no sabe si su postura debe ser de mayor solidaridad con los USA que el Presidente, o, al contrario, de mayor resistencia a una solidaridad activa. Eso se vio claro en el debate parlamentario del pasado martes, día 9, con sus temores a verse involucrado en el engranaje de la guerra. Su ministro de Defensa, Alain Richard, habiendo afirmado por televisión que ya había militares franceses en Afganistán, todos, del Presidente al Primer Ministro, le dieron con la regla en los nudillos: ¡Mentira! Sólo tenemos allá a dos espías y medio.

Si en la prensa, y no sólo de izquierdas, se nota claramente un “antiyanquismo” apenas disfrazado de pacifismo, la calle no lo secunda. Sólo 300 personas se manifestaron hace unos días ante la embajada USA. En los buenos tiempos --buenos para los nostálgicos de la URSS y de los potentes partidos comunistas--, se reunieron en varias ocasiones casi millón de manifestantes en la plaza de la Concordia. Después del escándalo del partido de fútbol Francia/Argelia, en el que los hinchas argelinos empezaron por abuchear el himno nacional, “La Marsellesa”, y terminaron armando una tremenda bronca, se han realizado varios reportajes en los que se demuestra claramente que en los barrios con fuerte población magrebí, Osama Ben Laden es un héroe. Y en uno de ellos, que yo visité, los jóvenes –ninguna chica aparecía en la pantalla- demostraban tanto odio como desinformación: acusaban, no faltaba más, a los USA de ser ellos los terroristas por haber invadido Kuwait (y yo, ingenuo, que creía que era Irak), por asolar Irak y matar a sus niños, etc. Y en cuanto a Israel, mejor no habar; Lucifer es un ángel bondadoso comparado a ese país. Cada vez tienen menos tapujos, y su “Muera Israel”, se convierte en “Mueran los judíos”.

El pasado lunes, en una mesa redonda de France 3, dos representantes de la comunidad musulmana de Francia, la presidenta de la “Asociación de mujeres musulmanas” y el muftí de Marsella, acusaban a los gobiernos franceses, y muy concretamente al ex ministro de Interior, Jean-Pierre Chevenement, de haber favorecido y subvencionado el desarrollo del integrismo islámico en Francia, aportando datos concretos. Claro, los socialistas presentes, contestaron ¿cómo es posible --dijeron varios-- que estos jóvenes, que son de nacionalidad francesa, que no frecuentan apenas las mezquitas y que no saben árabe, en su mayoría se consideren miembros de la “gran nación árabe” y se entusiasmen con los atentados del 11 de septiembre, gritando “por fin los árabes volvemos a meter miedo” (lo he oído)?

Habría mucho que decir, pero una cosa es evidente: el apartheid, la discriminación de hecho, unida a una demagogia repulsiva y a la subvención del integrismo musulmán, han contribuido a crear una situación explosiva. Es un problema de educación, dicen muchos. No deja de ser verdad, pero resulta que vuestras escuelas de mierda son incapaces de enseñar la democracia, porque vuestros maestros sólo piensan en mantener sus privilegios y sus vacaciones.

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