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Carlos Semprún Maura

Con el fuego a otra parte

No habrá solución, si la hay, mientras no se tenga muy en cuenta la existencia de una minoría violenta, islamogangsteril, que odia el "buenismo republicano".

Pese a las ilusiones que se hacía J. M. Marti-Font, corresponsal de El País en París (no sé por qué El Mundo ha desaparecido estos días de mi quiosco), la noche del martes al miércoles no hubo disturbios en los arrabales "en guerra", como titula su reportaje. En cambio hubo muchos policías y un helicóptero que vigilaba Villiers-le-Bel y los municipios vecinos. Y, por primera vez, estuvieron en esas barricadas incendiadas el primer ministro, François Fillon, y la ministra de Interior, la boba de Alliot-Marie.

De vuelta de China, con un buen paquete de "medio ambiente" bajo el brazo, el campeón de Fórmula 1 Nicolas Sarkozy visitó a los policías heridos en los hospitales, recibió a las familias de los dos chavales de 15 y 16 años que se mataron al estrellar accidentalmente su moto contra un coche de la Policía y, mientras escribo estas líneas, ha reunido un comité de crisis con el primer ministro y los ministros implicados: de Interior, Justicia, "la ciudad", etc.

Todo el mundo ha constatado un hecho y ocultado una verdad. El hecho es que las dos noches de incendios y graves disturbios –que pueden reanudarse en cualquier momento, en cuanto la policía se retire– fueron de lo más violento, y hasta se disparó con escopetas y pistolas contra la Policía. Otra constatación unánime es que los "insurrectos" era muy pocos, doscientos o trescientos, pero mucho más violentos que en otras ocasiones. Ayer tarde en la Asamblea Nacional, el PS hizo una vez más el ridículo exigiendo más subvenciones, más escuelas y el reestablecimiento de la "policía de proximidad" que el Gobierno Raffarin suprimió. La mayoría responde que las verdaderas policías de proximidad son las municipales, cuyos efectivos están en aumento, y que la creada por el Gobierno Jospin adolecía de un grave defecto: a las ocho de la tarde volvían a sus casas, y a las ocho y cinco salían los camellos.

La verdad que se oculta es el islam radical, como ya ocurriera durante las refriegas de 2005. Ni una palabra, ni se menciona. No es el único problema, pero existe. Los otros problemas son el tráfico de drogas, las bandas rivales y una "economía paralela" basada en el robo y el rackett. Muy minoritarias, desde luego, pero cada vez más violentas son las bandas de "origen" africano, porque no todos son magrebíes. Se consideran marginados porque no son ni realmente marroquíes o argelinos o lo que sea, pero desde luego tampoco franceses. Y esta situación constituye un terreno abonado para el desarrollo del islam unificador y radical.

Además firman sus fechorías. No es casualidad que incendien escuelas y bibliotecas, pues atacan los símbolos de la civilización occidental. Es cierto que existen problemas materiales graves, pero ofrecer empleo a esa minoría rebelde es como tocar la flauta; ya lo tienen en el tráfico de droga y el robo organizado. Predicar a favor de la escuela está muy bien, pero eso poco le importa al niño que constata que su hermano mayor gana traficando o robando cien veces más que el padre albañil. No habrá solución, si la hay, mientras no se tenga muy en cuenta la existencia de una minoría violenta, islamogangsteril, que odia el "buenismo republicano".

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