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Carlos Semprún Maura

Contra el Islam

Admitamos un instante que sea legítima la indignación ante las injusticias del mundo, demasiada miseria, demasiados privilegios y riquezas para algunos, penuria para muchos más... ¿Qué tiene eso que ver con el Islam? Repúblicas o monarquías, los países musulmanes son peores. Admitamos un instante que los que se encogen de hombros ante los atentados del 11 de Septiembre, o argumentan: –sí, fue tremendo, pero los USA, Israel y Occidente en general, también cometen atentados tan tremendos– ¿Qué tiene eso que ver con el Islam?

¿Es legítimo separar tan categóricamente, en el caso del terrorismo islámico, los métodos y los fines? Y no se trata de fines oscuros, misteriosos o demagógicos, promesas de sociedades prósperas y justas, del bienestar generalizado, a las que sólo se podría llegar mediante una revolución sangrienta y el terror, como así opinaban la inmensa mayoría de los pensadores revolucionarios del siglo XIX, de Marx a Bakunin, y que ha parido los monstruos que todos conocemos. Sus seguidores, entonces, tenían la excusa relativa de creerse las promesas de justicia e igualdad en un acto de fe semi-religioso, ya que no tenían la menor experiencia del socialismo real, ni la de sus diversos afluentes, incluidos nazismo y fascismo.

Esta excusa de la ignorancia no existe tratándose del Islam, desde hace siglos en el poder en numerosos países. Para los musulmanes no hay separación entre lo religioso y lo político. Desde luego, la historia del llamado mundo arabomusulmán, que hoy se extiende de Marruecos a Indonesia, está llena de contradicciones y contrastes, llena de guerras –los europeos, en este sentido, tampoco fuimos mancos– y de periodos que, para algunos, fueron momentos álgidos de civilización y cultura, con la pega de que siempre se refieren a los siglos XII y XIII y que de todo eso ya no queda prácticamente nada, salvo algún monumento... como losas de un cementerio.

En la actualidad, que es lo que me interesa por ahora, si la actitud de millones de musulmanes no es la misma ante el terrorismo, la guerra santa, si existen a veces notables diferencias entre países musulmanes, no creo que sea por casualidad si ninguno de ellos es una democracia. Hay que tener la caradura de Edward Said, catedrático confortablemente afincado en los USA y modelo (¡no faltaba más!) de Juan Goytisolo, para afirmar que hay más libertad de expresión en los países árabes que en EE.UU. Es una mentira absoluta de la que él mismo constituye una triste prueba. Y por esencial que sea dicha libertad, no es la única ausente o sofocada en los países arabomusulmanes.

Los que aplauden abierta o hipócritamente los atentados en Nueva York y Washington en su inmensa mayoría rechazarían vivir en una sociedad islámica con las mujeres esclavizadas, las niñas mutiladas, hasta la música y la televisión prohibidas, las estatuas destruidas y los asesinatos a diario, como en Afganistán ayer mismo. Y si todos los países islámicos no han llegado a tales extremos (en Irán y Sudán, pongamos, no están muy lejos) en ninguno de ellos existe una vida política realmente democrática, con pluralidad de partidos y sindicatos, por ejemplo. Ninguno de los más elementales derechos democráticos, conquistados durante decenios por los trabajadores, sus organizaciones y la aportación de políticos e intelectuales liberales (¡sí, señor!) como las libertades de asociación, de reunión, de expresión, el derecho de huelga y el sufragio universal, existen en los países árabes.

Pese a sus defectos, en las democracias occidentales no sólo existe un nivel de vida muy superior sino muchísima más libertad que en los países que, someramente, pueden dividirse en dos categorías: las dictaduras “laicas” nacionalsocialistas (Siria, Irak) y los países de integrismo musulmán, algunas repúblicas, como Irán, y otras monarquías, como Arabia Saudí. Cabe preguntarse ¿por qué amplios sectores de la izquierda y de la extrema izquierda, que individual o colectivamente no vivirían ni dos días en esas sociedades fanáticas, apoyan dicho fanatismo?

Los motivos varían, desde luego, pero yo indicaría esencialmente tres: el odio, el miedo y la ignorancia. El odio es un sentimiento mucho más difundido y complejo de lo que tantos se creen. El odio puede alimentar guerras de religión y otras catástrofes, pero también solidariza a los individuos en una fraternidad de muerte y exclusión del otro. Yo ya tuve la ocasión de afirmar que los comunistas no lo eran a pesar del Culag, sino a causa de él, y cuando, ante la evidencia del fracaso, cundía la desilusión, sólo se aferraban a eso: allí por lo menos, se mata a los que no piensan como nosotros. La adhesión masiva al Terror, que se trate de la Revolución francesa (y que ensalzan los manuales escolares) del totalitarismo comunista o nazi, o del actual terror islámico, que no tiene admiradores mas que en los países árabes o en los suburbios de ciudades europeas con fuertes concentraciones musulmanas, se basa en ese odio irracional, patético, pero al mismo tiempo mucho más peligroso que la cocaína y MÁS EUFORIZANTE. El odio a los judíos viene de lejos en Europa, y la inmensa mayoría de los musulmanes es antisemita. El odio a los Estados Unidos es más reciente y se mezcla con el odio al capitalismo, a la potencia yanqui, por parte de países venidos a menos, y se ha actualizado con el hundimiento de la URSS, del que tantos culpan a los USA, ese Gran Satanás que reúne contra él odios tan dispares como evidentes e imbéciles.

Del miedo no vale la pena hablar. Rezuma por doquier. Todos los medios de comunicación chorrean de publicidad sobre las bellezas del Islam, la exaltación de los países árabes “moderados” y la desinformación más absoluta sobre la realidad de las sociedades islámicas, como si así se protegieran de cualquier posible agresión. El odio y el miedo crean ignorancia. Tras breves instantes de emoción en septiembre, se ha hecho lo posible para borrar dichos atentados y durante semanas toda la propaganda insistía únicamente en los tremendos bombardeos yanquis contra la inocente población civil áfgana. ¡Viva el periodismo de investigación! Nueva tapadera de la mentira, el odio y el miedo.

Los terroristas, según la prensa, nada tendrían que ver con el Islam ni con los países que les organizan y subvencionan, como Arabia Saudí entre otros, son extraterrestres surgidos por generación espontánea (o creados por la CIA) y enemigos del Corán. Otra mentira, ya que todas las acciones de estos terroristas son perfectamente coránicas. Lo que pueda haber de islamismo moderado, para emplear términos contradictorios, empieza por superar o adaptar libremente las enseñanzas guerreras y fanáticas coránicas que consideran a las mujeres las esclavas de los hombres y niegan a los no musulmanes la menor humanidad.

Por ello a mí me parece ridículo y peligroso que jefes de estado, ateos o cristianos, afirmen ante el mundo entero que los terroristas islámicos no son verdaderos musulmanes, que traicionan a su religión. ¿Desde qué lugar hablan? dirían los lacanianos. Si es desde la democracia, deberían limitarse a defender los principios esenciales de respeto y libertad para todas las religiones, sin intentar zanjar, ellos “infieles”, cuál es la buena interpretación del Corán. Es como si, tratándose de las Brigadas Rojas y de la RAF, hubieran intentado convencer a los “comunistas combatientes”, terroristas, que traicionaban el pensamiento genuino de Marx porque es falso, y lo es en ambos casos.

Pero claro, no se trata de convencer a Ben Laden, el Hamás, el GIA y demás terroristas de que se equivocan, sino a los millonarios dirigentes de los países petroleros de que una cosa es la lucha contra el terrorismo y otra muy diferente los negocios. Y cuando estos negociantes, como Arabia Saudí, difunden por doquier el integrismo islámico y además subvención a los terroristas ¿qué pasa?

No padeciendo de prejuicios racistas, ni de un chovinismo subido, nada me cuesta constatar que si Europa fue la cuna de la democracia representativa, también lo fue de los totalitarismos comunista y nazi con sus millones de víctimas. Los USA, en cambio, también veterana democracia, jamás han tolerado en su suelo ni el nazismo, ni el comunismo. Tal vez sea éste otro motivo de odio para los nostálgicos del Gulag.

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Este artículo, junto con otros de César Vidal, Víctor A. Cheretski, José Apezarena, Lucas Soler, etc. se publica en laRevistade Libertad Digital. Si desea leerlos, pulseAQUÍ

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