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Carlos Semprún Maura

El congreso me divierte

Se trató de un congreso muy útil para demostrar que, como Izquierda Unida en Madrid, el Partido Socialista ha muerto. Pero también sabemos que en política hay "muertos que gozan de buena salud".

Es sabido que el congreso del Partido Socialista de Reims (capital del champán, que cuenta con una bellísima catedral) ha terminado en agua de borrajas. La alcaldesa socialista, en su papel de anfitriona, ofreció mucho champán pero pocas soluciones. El congreso terminó sin programa, sin mayoría y sin líder. Pero, ¿acaso fue un congreso en balde? ¡Ni hablar! Se trató de un congreso muy útil para demostrar que, como Izquierda Unida en Madrid, el Partido Socialista ha muerto. Pero también sabemos que en política hay "muertos que gozan de buena salud" o dicho de otra manera, hay cadáveres políticos que, en ciertas circunstancias, son elegidos presidentes de la República, como ocurrió con Chirac en 2002.

La norma en los partidos democráticos era que los militantes votaban antes y durante el congreso y que allí se decidieran las mayorías y minorías, los programas –cuando los había– y la dirección. Nada de eso ha ocurrido este fin de semana, el congreso no ha elegido a nadie, no ha decidido nada y todo depende ahora de la consulta poscongresual: los militantes votarán el próximo jueves en una primera vuelta y está prevista una segunda el viernes, si fuera necesaria. Entonces, aparte de beber champán, ¿qué han hecho los socialistas en Reims?

Llegaron al congreso con cuatro ponencias: la mayoritaria de Ségolène Royal (29%), las de Bertrand Delanoë, alcalde de Paris (25%), la de Miss 35 horas, Martine Aubry, (también con el 25%), y la del petit dernier, Benoît Hamon (quien dicho sea de paso, es un comunista más radical que los propios miembros del Partido Comunista, pero disfrazado con el uniforme del Partido Socialista). Pero en Reims, Delanoë, a quien sus amigos y los sondeos habían dicho que iba a ganar la jefatura del Partido Socialista y en 2012 la Presidencia de la nación, desilusionado y dolido, tiró la toalla. Mirándolo con lupa, y pese al batiburrillo creado por la "guerra de los jefes", dos temas fueron más o menos discutidos. La naturaleza del partido (partido de militantes o de "hinchas"), y la cuestión de las alianzas (con la extrema izquierda o con el centro). Pero no se zanjó nada.

Como Ségolène Royal goza de cierta popularidad mediática, muchos progres se preguntan en los medios a qué se debe el ostracismo contra ella en su partido. La respuesta es sencilla: a que es una imbécil. En un principio propuso que los jóvenes delincuentes fueran deportados a campos de trabajo "humanitarios" en África, controlados por el ejército, como si Francia fuera aún el imperio colonial que conoció su familia; también sugirió que tribunales populares juzgaran el trabajo de los diputados; y finalmente defendió la "democracia participativa", o sea "un pueblo, un líder", algo que apesta a malos recuerdos. Pero ahora ha abandonado por oportunismo todo eso y otras chorradas y se presenta como más anticapitalista que nadie. Lo dicho, una imbécil. Pero esa imbécil tiene muchas posibilidades de ganar la batalla por la jefatura del Partido Socialista.

Y si Aubry logra una alianza con Hamon, y tienen mayoría, habrá vencido otro tipo de desastre. Pobres socialistas. Su única y endeble esperanza es que el más corrupto y el más inteligente de ellos, Strauss-Kahn, vuelva a Francia y libre batalla. Pero por ahora se dedica a destruir la economía mundial desde la dirección del FMI.

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