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Carlos Semprún Maura

El rosario de la aurora

Poco antes de la primera vuelta, o ronda, de las presidenciales, cenando en casa con amigos y hablando de las elecciones —inevitables charlas de sobremesa—, dejé a algunos estupefactos declarando que comprendía perfectamente que muchos franceses quisieran reservar el derecho de voto, en estas elecciones, como en las legislativas, a los ciudadanos franceses. Entre otros argumentos, dí el siguiente: es lógico y normal que los miembros de un partido sean quienes elijan a sus dirigentes (cuando así ocurre), y no los amigos o los vecinos. Pues bien, un país es mucho más que un partido, en todos los sentidos. “¡Pero si viven desde hace diez años en Francia legalmente, trabajan, cumplen con todos los deberes, pero no tienen todos los derechos!”, se me objetó. Pues si quieren tener todos los derechos, que empiecen siendo coherentes y pidan la nacionalidad; porque si no, la idea misma de nación se desvirtúa. En un mañana incierto podrá haber una ciudadanía europea, y entonces podrán cambiar las cosas, pero ahora, no.

Puse mi propia carne en el asador: español de París, que jamás ha pedido la nacionalidad francesa, con todos los deberes y sinsabores —pienso en los impuestos—, no puedo votar; pero voto en España, lo cual, dicho sea de paso, me resulta particularmente satisfactorio estos días. Sería absurdo que los extranjeros pudieran votar en sus países y, además, en Francia. No es sólo el sentido de la nación que ha perdido la socialburocracia, sin ser por ello internacionalista, ni siquiera europea. Resumiendo su concepción, sueñan con una Europa socialburócrata, dirigida por la socialburocracia francesa. Para ellos, ni Blair, ni Aznr, y aún menos Berlusconi, son europeos.

También han perdido el sentido de la enseñanza, que es una catástrofe, pues era un instrumento de integración, como lamenta a diario Alain Finkieldraut, dando su propio ejemplo de niño extranjero, convertido en ciudadano francés y patriota, a través de la escuela, precisamente.

Han perdido el sentido del Estado, que nutre una burocracia fenomenal, multiplica sus boutiques seudoideológicas, subvenciona innumerables asociaciones parasitarias, quiere uniformar y reglamentarlo todo, hasta la vida privada, y ¡no hablemos de la cultura!; todo ello para obtener el “voto cautivo”, que, además, no obtienen. En cambio, son incapacesde velar por la seguridad de los ciudadano y el respeto de sus libertades.

El Estado fue, sin comparación posible, el primer patrón francés, pero fue un pésimo patrón, y los contribuyentes tuvieron que saldar sus continuas deudas. La economía tiene sus exisgencias, y el Gobierno Jospin ha tenido que privatizar algo, pero lo ha hecho mal, sin dar suficiente impulso al accionariado popular, por ejemplo.

Ante el aumento de antisemitismo y otros conflictos sociales abiertos, o más subterráneos aún, el Gobierno Jospin, no ha hecho nada, se ha limitado a negar los problemas, como siempre. Cualquier usuario de los trenes, del metro, de los autobuses, constata a diario el malhumor general ante las huelgas incesantes, los retrasos, la mala organización, la carestía. Sin embargo, los servicios públicos a la française, constituyen para los partidos, medios, etc. un dogma intocable. Los hospitales franceses son los mejores del mundo, la Seguridad Social es la mejor del mundo, dicen, y en realidad los hospitales están en crisis, la huelga de médicos prosigue, las prestaciones de de la Seguridad Social son tan miserables que todo el mundo —que puede— cotiza además a una mutua privada... pero esto no se dice.

Podría continuar esta cantinela, pero por ahora me limitaré a precisar que cuando un Gobierno, unos partidos, “los de arriba”, afirma que todo va bien y es mentira, eso se paga en las elecciones. De algo sirve la democracia y puede que la sorpresa Le pen termine por ser positiva.

Como estaba previsto, este Primero de Mayo ha habido manifestaciones. Fueron más animadas y concurridas que los tradicionales desfiles funerarios, que conmemoran, sin saberlo, los huelguistas asesindos en Chicago, a finales del siglo XIX.

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