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Carlos Semprún Maura

Escasas voces solitarias

Esta campaña electoral está siendo tan aburrida –lo cual no impide que tenga su importancia, pues saber quién gobernará en Francia durante cinco años no es moco de pavo– que los medios, faltos de verdaderos debates de ideas, se interesan por detalles pintorescos, como, por ejemplo, el hecho de que, por primera vez en la historia del comunismo francés, los trotsquistas superan muy ampliamente en las intenciones de voto a los estalinistas, lo cual provoca innumerables artículos. Pero, como ya hablé de ello, lo dejo para contar lo de la bofetada que armó más ruido del que se merecía.

Estaba François Bayrou, demócrata-cristiano, el más europeísta de los candidatos, en una alcaldía de los arrabales de Estrasburgo, durante su gira electoral, reunido con la alcaldesa y otros simpatizantes, cuando una sarta de pedradas rompió los cristales del local. Ni corto, ni perezoso, y además valiente, Bayrou salió y se fue al encuentro de los gamberros de izquierda. Mientras intentaba convencerles de la necesidad de la tolerancia democrática y de la importancia de las elecciones, un niño de diez años intentaba robarle. Me imagino su alegría si lo hubiera logrado: ¡He robado la cartera del candidato! Pero éste, encontrando, por sorpresa, una mano infantil en uno de sus bolsillos, se volvió y le dio una bofetada, protestando: ¡Tú, a mi no me robas!. Todo el mundo se echó a reir, salvo Bayrou, y hasta el niño, que debió pensar: no le he birlado su cartera, pero al menos he salido en la tele. Resulta que muchos sitios en internet se atascaron en torno a ese gesto simbólico de autoridad paterna, muchos declarando que si los padres abofetearan más a menudo a sus hijos gandules, la delincuencia disminuiría. No estoy seguro, el problema es más grave, más profundo. Sobre todo con una bofetada como esa, de la que los gamberros habrán pensado: “¡Así me las den todas!”

Tuve, el pasado viernes 12, una gran alegría leyendo un artículo, lo cual no es nada frecuente, sobre todo publicado en Le Monde. Se titula “Nuestros escritores”, y su autor es Jacques-Pierre Amette. No es muy famoso, o sea que no es muy mediático. Yo le conocí hace algunos años, formábamos parte de un grupo de autores radiofónicos y simpatizamos, pero también es novelista y director de la sección Libros del semanario Le Point. De todas formas, no estaba fichado como “revolucionario”, pues resulta que lo es, no según las modas totalitarias, sino reivindicando la libertad individual. Con tono a la vez irónico y triste, pero firme, critica la burocratización del mundo literario y reivindica el individualismo del escritor. Se basa en dos cosas: la farsa “anti Berlusconi”, en la última Feria del Libro, y la utilización partidista de los escritores en la campaña electoral. Vale la pena citarle: “Una vez más se han utilizado los buenos sentimientos de izquierda, el mensaje evangélico de izquierda, las referencias de izquierda, y, una vez más, el discurso social contemporáneo y obligatorio ha aplastado las voces tan diferentes, tan bellas, de los autores italianos actuales”. Y más adelante: “El escritor se reduce a la esfera propagandista. El escritor ya tenía que ser su propio viajante de comercio, obligado a elogiar su libro en las emisiones de televisión, y ahora, se convierte en florista, que propone ramilletes de flores de virtud”. Habría que citarlo íntegramente, pero por ahora me limitaré a saludar una voz diferente y solitaria.

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