La semana pasada, Stephane Denis, uno de los más brillantes columnistas de Le Figaro, comentaba con su ironía habitual tres buenas razones para votar no en el próximo referéndum sobre la Constitución Europea. La primera es la propia Constitución; enrevesada, contradictoria, hija bastarda de los más estrafalarios compromisos. La segunda es la entrada de Turquía en la Unión Europea, porque, como señala con razón, para la mayoría de los electores, votar sí a la Constitución es votar sí a Turquía, y de eso nada. Los turcos, aún en la antecámara, ya imponen sus criterios a la UE, como el abandono de la referencia a la tradición cristiana europea. La tercera razón es el propio Chirac, buena razón para recordarle que está muy visto, que se vaya puesto que tan personalmente se ha comprometido para que esa Constitución se vote. Denis, incluso, recordaba un precedente. En 1969 Giscard d’Estaing se aprovechó de un referéndum sobre la reforma del Senado promovido por De Gaulle para tumbar a éste. Hay, no obstante una diferencia entre lo de entonces y lo de ahora. En 1969 De Gaulle anunció que dimitiría si se rechazaba su proyecto de reforma, y dimitió.
Sin aludir al aspecto anti Chirac que podría tener un voto negativo, Yvan Rioufol, en el mismo Le Figaro, también expone las fundadas razones que tendría votar no a la Constitución y una de ellas es Turquía, claro. Esto lo escribe en su semanal Bloc-notes, género periodístico que ilustró François Mauriac, hace siglos. Doy este ejemplo, hay otros, para demostrar que en Francia, pese a todo, existe algo que se parece a un debate sobre la Constitución Europea y la entrada de Turquía en la UE, mientras que en España, sobre el tema de la Constitución, todos dicen sí, como borregos.