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Carlos Semprún Maura

Francia prohíbe el despido

Esta semana se van a decidir, y probablemente votar en el Parlamento, nuevas leyes para prohibir los despidos. La socialburocracia francesa, con su apolillada minifalda de izquierda plural, dará así un paso más en dirección de la legislación laboral franquista, en donde estaban prohibidos los despidos, cosa que, tal vez, los jóvenes internautas ignoran. Desde luego, para cualquier trabajador y su familia, el despido constituye por lo menos una grave molestia, e incluso puede llegar a ser un drama. Por muy aburrido y mal pagado que sea un trabajo, el paro, por lo general, es aún peor.

Pero vale la pena recordar, frente a la demagogia histérica de unos y otros, que Francia, como todos los países industriales, ya ha conocido estos últimos años no sólo despidos, sino el cierre –o la quiebra– de importantes sectores de su economía. Las minas de carbón han sido cerradas, la industria textil, la siderurgia y otras, siniestradas. Como todo o casi todo, las empresas nacen, crecen y a menudo mueren. No son eternas. La competencia, las nuevas tecnologías, la mala gestión, las nuevas necesidades sociales, forman parte de los motivos que explican dichos cambios. Lo esencial es que se mantenga la actividad empresarial y que si algunas empresas mueren, nazcan otras. Como ocurre en todas partes.

Frente a la demagogia populista actual, vale la pena recordar que todos esos cierres y quiebras ya ocurridos, se realizaron en un periodo en el que, en Francia, el Estado todo poderoso era el primero de los patronos, y algunas industrias abandonadas, como las minas de carbón, empresas totalmente estatales. Por lo tanto, los actuales ataques contra las empresas privadas no vienen a cuento, son pura demagogia.

Probablemente no se llegará a la prohibición total del despido, por otra parte imposible, sino a la prohibición para las empresas que realicen beneficios, como fue el caso con Michelin, y lo es con Danone. Marks & Spencer es un caso aparte, se trata de una empresa británica, con pérdidas en sus tiendas en el continente.

Lo que me llama la atención, una vez más, es que nadie, lo que se dice nadie, habla de lo esencial: la robotización de la industria. Si se sabe que Michelin, desde un punto de vista técnico, podría despedir al 80% de su plantilla, ya que son las máquinas las que realizan el trabajo productivo, no se conocen las cifras de Danone en este sentido, pero es fácil suponer que ocurre más o menos lo mismo. Las máquinas, las nuevas tecnologías, sustituyen a la mano de obra tradicional en todos los sectores industriales, pero los sindicatos, los partidos y el gobierno, siguen planteando los problemas sociales como si estuviéramos en el siglo XIX. Un siglo XIX, con un gobierno social burócrata, o sea un aquelarre, que no va a resolver nada, puesto que ni siquiera se plantean los problemas reales.

Hace unos cuarenta años, la industria del automóvil francesa, ante la disyuntiva de la robotización de sus cadenas de producción, como ya se realizaban en Japón y los USA, se rajó, quiso eludir el coste de la modernización, e importó masivamente mano de obra de África del Norte. Eran los inicios del boom automovilístico. Al cabo de unos diez años, la competencia internacional les obligó a robotizar con retraso, y a despedir pese a todo. Hay que tener en cuenta que los robots producen más y más barato que los hombres. La socialburocracia francesa debería reflexionar sobre este ejemplo.

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