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Carlos Semprún Maura

Inundaciones políticas

Con la introducción de la lucha de clases en el clima y el culto al dios Estado, las más disparatadas opiniones se emiten en torno a fenómenos tan naturales como el calor en verano, el frío en invierno o las inundaciones en otoño, por ejemplo, que existen desde el año de la nana. No nos llamemos a engaño, muchos de estos lamentos sólo tienen como objetivo la obtención de limosnas, subsidios y subvenciones. Se echa la culpa de la canícula de este verano, con la correspondiente sequía, y los incendios (muchos criminales), o el frío y las inundaciones actuales, no al estado, ya que al ser todo poderoso sólo puede ser bondadoso, sino al gobierno, ese traidor, el cual, al ser de derechas, no ha sabido planificar el clima. Dejando de lado ese delirio “verdicarca”, como el chantaje al subsidio, cabe preguntarse por qué en un país relativamente desarrollado como Francia han sido incapaces ded ir construyendo, año tras año, balsas, pantanos, lagos artificiales para recoger el agua que sobra, por así decirlo, que limiten los efectos nefastos de las inundaciones y puedan ser utilizados en periodos de sequía. Pero, claro, si no tienen ascensores, ¿cómo van a tener pantanos?
 
Después del “no” en Córcega, ha ganado el “no” en las Antillas francesas. En principio, se trataba de un cambio, digamos, jurídico del estatuto de esas islas, las más importantes de las cuales son Guadalupe y Martinica. Se proponía substituir los actuales consejos generales y regionales por una asamblea única, nada semejante a un terremoto y menos a una revolución. Pero detrás del sí y del no se agitaban fantasmas y bailaban temores: “El sí será el primer paso hacia la independencia” (como se dijo en Córcega); “se nos suprimirán las subvenciones y la Seguridad Social” y otros argumentos semejantes contra el cambio. Total, que triunfó el no, o sea, el statu quo. Si bien estas islas producen caña (azúcar, ron), plátanos, café y otras cosas, viven de subvenciones estatales y, sobre todo, del turismo. Son, por lo visto, muy bellas. Otra bofetada, en todo caso, a los proyectos descentralizadores del Gobierno y un tanto para François Bayrou, que hizo campaña a favor del no.
 
Nada de “discriminación positiva”, acaba de declarar el presidente Chirac, rechazando la idea de confiar un cargo a alguien debido únicamente a sus orígenes, su religión o el color de su piel. Francia es una república, en la que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y deberes, y hay que velar para que no se cometan injusticias, discriminaciones negativas. Vieja retahila que no siempre se corresponde con la realidad. Creo que Chirac tiene, en principio, razón, lo malo del caso es que no anunciaba iniciativas a favor de la inmigración y de su integración. Se trataba solamente de pararle los pies a Sarkosy, que había lanzado esa desgraciada expresión, que puede entenderse como la defensa de un “racismo positivo”. De todas formas, las discusiones y polémicas sobre laicismo, el pañuelo islámico y la integración se han convertido en un aquelarre tal que demuestra una confusión total y el descalabro de los valores democráticos, situación de la que sólo se benefician los integristas islámicos, a quienes, además, se han abierto las puertas del palacio.
  

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