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Carlos Semprún Maura

La estátua del comendador

Será porque no pasa nada –la dichosa trève de confiseurs (tregua de confiteros), con motivo de estas vacaciones de fin de año–, y que lo que pueda pasar no importa o, mejor dicho, importa menos que esquiar, beber champán, viajar al Caribe o lo que sea, ya que no se han sufrido atentados, tal vez por haberse detenido a nueve islamistas que los preparaban, pero contra los rusos, ya que sigue siendo misteriosa la historia del maletero embrujado, lleno de explosivos y armas, historia que se parece a una de esas novelas policiacas que tanto gustaban a Borges, y uno se ríe, pero no tiene la menor gracia, porque huele a asesinatos postergados. Sea por lo que sea, la prensa, y sobre todo Le Monde –¡no faltaba más!–, se ha interesado mucho por el caso de la “estatua del comendador”, o sea, la vuelta de Jospin a la vida política.

Todo ello se basa en un sondeo Sofres-Le Nouvel Observateur, en el que el 64% de los sondeados creen y parecen esperar que Jospin sea candidato a la elección presidencial de 2007. Habría que sondear los sondeos, porque los hay sin el menor interés sociológico, como uno que declara varios años seguidos que el Abbé Pierre es el hombre más popular de Francia, sin decir quién responde, cuántos son, por qué y cuándo se declaran tales chorradas. Y por qué se sigue teniendo tanta fe en los sondeos, cuando todos predecían la victoria de Lionel Jospin en las últimas presidenciales y es sólo un ejemplo de las mamarrachadas de tantos sondeos.

Pero, por lo visto, los socialistas franceses no sólo sufren de ausencia de ideas y proyectos, sino también, o sobre todo, de complejos mediáticos. Cuando Jospin se hizo cargo de su derrota y declaró que abandonaba definitivamente la política, hubo varios, cinco por lo menos, de los líderes socialistas que pensaron: “Ha llegado mi hora”. Y, claro, una vuelta de Jospin, que a todas luces la está preparando prudentemente, les fastidia porque lo complica todo. El más fastidiado parece ser el actual primer secretario, François Hollande, porque sabe, y si no lo sabe es más tonto aún de lo que parece, que si sigue en su cargo, para el que fue nombrado por Jospin precisamente por ser tonto y por lo tanto poco peligroso, es porque son demasiados los que sueñan con sustituirle. En una patética entrevista en Le Monde expresa su pánico ante la perspectiva de la vuelta del comendador Jospin. Se parece a un mayordomo en un castillo escocés que juega a ser duque ante los demás criados y que, de pronto, se entera de que los dueños van a regresar antes de lo previsto. Tengo la impresión de que estamos muy lejos del menor reformismo.

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