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Carlos Semprún Maura

La realidad imita —mal— la ficción

En una novela, yo no lo hubiera hecho así, demasiado torpe. Fíjense: el avión de línea de Air France Santo Domingo/París se pone en marcha para alcanzar la pista de despegue y de pronto se para. Un hombre sube a bordo, en medio del descampado, por así decir. Claro, todos los pasajeros notan que ocurre algo raro. En cambio, si le hubieran hecho pasar a Didier Schuller por la puerta de los VIP, y subir al avión antes que los pasajeros, nadie se hubiera dado cuenta de nada. Durante el viaje Schuller decidió con quien quería hablar y con quien no, y los “azafatos” de Air France, actuando como policías (que probablemente eran), obedecían a las órdenes del reo: “Éste si, estos, no”. Porque, claro, había periodistas y fotógrafos en el avión. Total que se organizó la vuelta del estafador ladrón Didier Schuller; como si de una estrella del rock se tratara. O peor incluso, con el trato que se le dispensó al ayatolá Jomeini cuando su vuelta triunfal a Irán para realizar su “revolución islámica”, o sea la matanza de infieles.

Recordaré que Didier Schuller y su compinche Patrick Balkany —miembros del RPR, y entonces lugartenientes de Charles Pasqua, quien aún no había encabezado la escisión RPF— encargados, entre otras cosas, de financiar ilegalmente su partido, se metieron la casi totalidad del dinero estafado en sus profundos bolsillos. Schuller desapareció, y Balkany, condenado a varios meses de cárcel, salió y fue reelegido —cosa notable— alcalde de Lavallois-Perret la pasada primavera. Más tarde se supo que el desaparecido gastaba tranquilamente el beneficio de sus desfalcos en Santo Domingo porque le denunció su propio hijo, Antoine. El junior, actuó, dicen, por influencia de un tal Christian Cotten, que la prensa presenta como un “psicosociólogo defensor de las sectas”, y él declara que actúa para denunciar los complots de la masonería. Aquí hay algo más de novela, porque Jospin también es masón.

De todo este batiburrillo se pueden sacar, por ahora, dos conclusiones evidentes: 1) Hasta que Rocard, primero, y Balladur después, y sobre todo, ante la avalancha de escándalos de este tipo, propusieran leyes para regular el financiamiento de los partidos, todos, desde el RPR hasta el PCF —y sobre todo el PS, en tiempos de Mitterand— se financiaban ilegalmente, exigiendo sendas comisiones, entre otras, a empresas de obras públicas. Una de las razones más evidentes de estas mordidas generalizadas es que la política es cara, los partidos ya no cuentan con militantes voluntarios y benévolos, sólo con funcionarios permanentes o interinos. Pero a mí me parece que las subvenciones estatales a los partidos —o sea que nuestros impuestos “den de comer” a R. Hue o a Le Pen, pongamos— son, no sólo inmorales, sino insuficientes, y las trampas perduran, aunque más discretamente. 2) Digan lo que digan los socialistas, la vuelta de Schuller, con ese aparato mediático de mala novela, forma parte de la campaña de infundios contra Chirac, no para llevarle ante los tribunales —aunque algunos sociatas lo deseen—, sino esencialmente para que pierda votos, como ya dije. Según los últimos sondeos, Jospin y Chirac empatarían en la primera vuelta de las próximas presidenciales a un 23%, y Chirac ganaría en la segunda con un 51% contra, evidentemente, un 49% para Jospin. A mí personalmente, me parecería muy bien; ante todo que no gane Jospin, que pierdan los sociatas, sin que triunfe Chirac. No da para más la clase política francesa. Pero si Chirac quiere ganar, tendrá que espabilarse.

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