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Carlos Semprún Maura

Maestros indolentes, alumnos delincuentes

La otra noche, por televisión, y en torno a la Ministra de Justicia, se discutía sobre el grave problema de la delincuencia juvenil y hasta infantil. Cada vez son más numerosos en las escuelas y colegios los cometen delitos, roban y juegan a juegos de inaudita crueldad, en los que el que ha perdido se ve sistemáticamente apaleado por sus compañeros. Se agrupan en bandas, y llegan a violar y hasta a asesinar. Junto a la ministra —que sigue buscando sus gafas al tiempo que tartamudea que, de todas formas, el gobierno que más “ha hecho” es el suyo— había presentes un sociólogo, un sicoanalista, un secretario de un sindicato de policías, dos juezas y Gilles de Robien, ex ministro, diputado de UDF y alcalde de Amiens, bien conocido por sus interés por las cuestiones sociales.

Todo el mundo esta más o menos de acuerdo en considerar que las cosas han empeorado muchísimo, y que la impunidad de los niños delincuentes, por ser menores de edad, planteaba serios problemas. Discutieron —de forma superficial y confusa, que es lo propio de este tipo de emisores— posibles soluciones. Se evocó la cárcel para estos menores, y la sola idea de que de que chavales de 12 y 13 años corrieran el riesgo de convertirse en huríes para empedernidos criminales me produjo escalofríos. Porque las cárceles francesas son un infierno, cosa que nadie recordó. Los más moderados defendieron la creación de centros especiales para delincuentes menores. Se dijeron cosas interesantes, casi inteligentes, salvo que nadie aludió a lo esencial: la escuela, el colegio, se consideran como lugares peligrosos sin aducir razones.

No se habla del desastre absoluto de la enseñanza primaria y secundaria en Francia. Porque es obvio que los primeros responsables de esa situación son los maestros, los profesores, sus sindicatos y el Ministerio, mucho más preocupados por defender sus privilegios que por cumplir con su deber, que, en teoría, es bien sencillo: los que saben enseñan a los que aprenden. Pero, claro, hay que saber enseñar, interesar a los alumnos —no a todos, eso nunca fue posible— pero sí a la mayoría absoluta —hoy convertida en minoría— porque los maestros se preocupan más por su poder político y por el turismo sexual en Tailandia —o progre en Chiapas— que por ejercer su oficio, que antaño fue vocación, y que hoy ya no lo es.

La maestra presente en el debate, joven, simpática, daba testimonio de sus dificultades ante la delincuencia sin decir una palabra de lo esencial: ¿por qué lo que enseña no interesa a sus alumnos? ¿Son todos unos bestias, la enseñanza no esta adaptada a los tiempos modernos, o lo hace muy mal? La respuesta me parece evidente: todos los alumnos no son bestias, pero la enseñanza es mala y la mayoría de los maestros lo hace mal. De todas formas —vale la pena mencionarlo— este grave fenómeno de delincuencia juvenil es relativamente pasajero, ya que en la Universidad, las cosas no se plantean en absoluto de la misma manera.

La agresividad de las juezas, acusando a “la sociedad” de ser la culpable de todo, me llamó la atención; hasta que recordé que hace unos 15 años, una amiga abogada me había dicho que su Sindicato de la Magistratura era comunista. Tiendo en cuenta la profunda leucemia que sufre el PCF, es probable que ya no tengan el carné, pero conservan la misma mentalidad: el enemigo es el capitalismo, y se sirven de sus prerrogativas legales para combatirlo. No pueden lograrlo, claro, pero pueden “joder la marrana”. El último folleto de este sindicato comunista de jueces lleva en portada una caricatura de policía con rasgos de cerdo (siempre estamos con la influencia inconsciente de los USA, en donde se les llama pigs), y se explica cómo defenderse de las agresiones de esa policía fascista.

Después, algunos se extrañan de que los policías no estén muy satisfechos, y de que los gendarmes, pese a ser militares, hayan decidido echarse a la calle para manifestar su cabreo.

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