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Carlos Semprún Maura

Nada está podrido en Dinamarca

La libertad de expresión y la independencia de la prensa constituyen principios satánicos para el totalitarismo coránico.

El barullo extraordinario y la desinformación habitual, que han estallado con motivo de las caricaturas de Mahoma, me han engañado en un primer momento, y eso se nota en mi última carta de París. No me equivoqué en cuanto a la amplitud de las manifestaciones de barbarie, que han continuado y se han agravado este fin de semana, en Damasco, Beirut, Cisjordania, etcétera, ni en cuanto a la prudencia cobarde occidental, pero sí en cuanto a la actitud de los medios y del gobierno danés. Los medios franceses y españoles, que son los que más frecuento, insistían que los daneses se habían arrepentido y pedían perdón para convencernos y así justificar su propia cobardía, pero la realidad es muy diferente.

Es cierto que el diario Jyllands-Posten ha publicado un comentario en árabe lamentando que sus caricaturas hayan dolido a creyentes musulmanes, pero al tiempo reivindicaba claramente su apego a la libertad de expresión y rehusaba tajantemente cualquier promesa de censura futura. Y ni hablar de "castigar a los culpables", como exigen los islamistas, y ha hecho el propietario virtual del diario en quiebra galo France-Soir, que resulta que es egipcio. Pero es sobre todo la actitud del Primer ministro danés, Rassmusen, la que me parece ejemplar y constituye una buena lección de democracia. De entrada, no sólo ha reafirmado su respecto por la libertad de expresión, sino también por la independencia de la prensa, lo que le prohíbe rotundamente, no sólo censurar, sino criticar, aconsejar o exigir lo que se publica o deja de publicar en un diario danés, libre e independiente. Ha reunido a los embajadores de los países musulmanes presentes en Copenhague para explicarles estos principios básicos de la democracia, pero evidentemente no ha podido convencerles, ya que la libertad de expresión y la independencia de la prensa constituyen principios satánicos para el totalitarismo coránico.

Los ministros de Exteriores de muchos países occidentales hubieran debido inspirarse en la firmeza danesa, en vez de presentar el espectáculo repugnante de la hipocresía cobarde cuando, censurando al diario danés no sé con qué qué derecho, exigen respeto al Islam. Se nos dice que un portavoz del Pentágono ha declarado lo mismo, pero yo, mientras no lo lea o no lo vea, lo considero sólo posible. En cambio, he visto al tétrico ministro de Exteriores británico, John Straw –el cual, poco antes de las "elecciones" iraníes, aprovechó una visita oficial a Teherán para injuriar a Israel–, condenar al diario danés y prosternarse en dirección de La Meca. Algo parecido nos ha ofrecido Douste-Blazy, el ministro galo de Exteriores, y Le Figaro que, en su editorial del viernes 3, nos ofrecía asimismo una buena muestra de su hipocresía, justificando la censura en nombre de la libertad de expresión. Por eso no han reproducido, nos explican, esas "malas caricaturas".

Desde que existen, la caricaturas no son, ni pretenden ser, modelos de análisis objetivos y ponderados, sino todo lo contrario; son exageraciones voluntarias de defecto y taras, reales o supuestos, con la intención de provocar la risa o la irritación. Solo Plantu, el caricaturista deLe Monde, se considera como un gran pensador político. Por eso, según nos anunció la otra noche por televisión, está preparando con Kofi Annan una ley universal sobre lo tolerado y lo prohibido en caricatura. Plantu se ha convertido en su propia caricatura; no se colabora enLe Mondeimpunemente. Hay que reconocer que los islamistas que han elegido este asunto como coartada para la violencia y la quema de embajadas han dado en el clavo, porque el "insulto al Profeta", unifica a todos los musulmanes, "moderados" como radicales. Pero lo que ya no tragamos es la leyenda embustera de una Mahoma santo y pacífico, porque el Profeta fue, a la vez, el fundador de una religión y un jefe militar y político, y desde entonces el Islam sigue siendo las tres cosas en una: religión, política y guerra.

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