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Carlos Semprún Maura

Ni chicha ni limoná

Bueno, Le Pen llega segundo, derrota a Jospin, y le pone en bandeja a Chirac la presidencia en la segunda vuelta, el 5 de Mayo. ¿Dónde está el seísmo, el terremoto, o la inaudita catástrofe que anuncia la prensa francesa (y la española)? Cuando además es posible que, traumatizados por esta mala sorpresa, los electores, empezando por los abstencionistas, se precipiten a las urnas en las próximas elecciones legislativas de junio y hagan triunfar la izquierda unida jamás vencida, con lo cual volveríamos a la nefasta situación actual: Chirac presidente, frente a un Gobierno rosa-roji-verde. Y eso sí que sería un desastre y anuncio de tempestades. Eso es posible, pero no seguro, porque si Chirac fue un presidente inmóvil en esta cohabitación, y ahora lo paga, si está muy visto, ha sabido rodearse de jóvenes capitanes del RPR y de la UDF, más reformistas, menos carcamales que los viejos barones del posgaulismo.

Los socialistas, además, tienen un problema grave: Jospin. Éste se convirtió en líder indiscutido de la izquierda plural, pero no sobre la base de un acuerdo político profundo, dentro y fuera del PS, sino por oportunismo (no tenemos otro), y viejos reflejos burocráticos de izquierda. Su espectacular “retirada de la vida política” (¿para cultivar ostras en Ré?), se explica a nivel personal, por su ego demencial –se soñaba Presidente de Francia y por lo tanto del mundo (o casi)– y sus sueños destrozados y además por culpa de un Le Pen. Tras dimitir, no iba a consolarse siendo un simple jefe de partido que combate en unas elecciones. Se cree De Gaulle, es solo la rana de La Fontaine. No fue un buen primer ministro, su campaña presidencial fue pésima, pero al dimitir crea una situación tremenda en el PS. La lucha por la sucesión va a ser navajera, los viejos odios y las ambiciones personales van a desatarse, y no es la mejor situación para un partido como el PS, que pretende triunfar en las próximas generales.

Le Pen no es fascista, ni existe peligro fascista en Francia, eso de entrada. Pero los franceses que quisieron liquidar a Haider en Austria, y faroleaban de que en su país eso jamás, deberán tomar tila y reflexionar con un mínimo de autocrítica. Desde que por los años cincuenta (del siglo pasado), formaba parte de un grupo ultraderechista en la Facultad de Derecho de París, hasta hoy, su ideología, para llamarlo de alguna manera, no ha cambiado: nacionalista, derechista, xenófobo, a veces racista, y sobre todo populista y demagogo, en estas elecciones ha sabido presentarse bastante más moderado. Si fue voluntario en la Guerra de Argelia, porque la consideraba francesa, no participó en la aventura terrorista de la OAS. El problema que la izquierda quiere ocultar, tratándole precisamente de fascista, es que sus votos son populares y obreros, es un voto de cabreo, de rechazo.

Para cualquier francés, o persona que vive en Francia, debería ser evidente, aunque no lo sea, que un sector de la población, cuya expresión electoral es siempre del 15 al 20%, y a veces más, es reaccionario, y esa realidad se ha expresado en estas elecciones votando a Le Pen, precisamente porque defiende la lucha contra la emigración, la inseguridad, la clase política corrupta, y cosa que nadie ha notado en la larga noche televisada que me “zampé”, es resueltamente anti Europa, el que más, y eso también es popular en Francia, De todas formas, los sondeos, le daban estas últimas semanas cómo el “tercer hombre”, con un 15% de los votos, ha salido el segundo con 17% y un punto más que Jospin, tampoco es nada telúrico. Desde luego, los problemas reales de Francia estuvieron ausentes de la campaña, como del voto. Pero ya tendré ocasión de comentarlo.

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