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Carlos Semprún Maura

Paradojas históricas

Algo sibarita, me deleito todos los martes con las crónicas político literarias tan bien escritas de Stephane Denis, en Le Figaro, algo que llama la atención en cualquier periódico. Por cierto, acaba de recibir el premio Interallié, reservado a periodistas, por su novela “Sisters”. Pero como, por obligación y curiosidad, leo varios periódicos al día (si tuvieras Internet..., me dicen los amigos. Si tuviera Internet no tendría el placer de darme un paseo “Kantiano”, con rodeo por los quioscos), este martes 27, la alegría matutina que me procuró S. Denis, se convirtió en ira vespertina al leer en Le Monde de aquel día —pero con fecha del miércoles 28, según su arcaica costumbre— una “opinión” del filósofo académico Michel Serres —gran especialista en insectos y banalidades— que comienza así: “Inglaterra trató a los primeros convictos deportados a Australia con más sadismo de lo que se dice del Gulag siberiano. Que yo sepa Stalin no creó campos para niños: los tribunales ingleses deportaron a chavales de nueve años por haber robado un pedazo de pan”. Sin negar, en absoluto, la crueldad contra los niños en este y otros casos, en Inglaterra como en Francia, en el siglo XVIII y posteriores, lo que me indigna es esa ironía displicente hacía los, por lo menos, 30 millones de muertos de Gulag, por delitos de opinión, y no según “se dice”, sino se sabe, y su rehabilitación implícita de Stalin.

Tratándose de niños víctimas, recordaré a nuestro filósofo humanista que, debido a los desastres y a la miseria que resultaron de la guerra civil en la URSS, por los años veinte se crearon esas bandas de niños bandoleros, los “diez prizornie”, que fueron diezmados, o sea asesinados, por el poder comunista. No me extraña que Serres declare tales aberraciones desde que le oí insultar a Rusdhie, por haberse atrevido a escribir sus “Versos satánicos”.

Pero ¿a cuento de qué viene todo esto? Aunque parezca que nada tiene que ver, el señor Serres quería loar la persona y el libro: Le secret de l’esperance, de Geneviéve de Gaulle-Anthonioz, presidenta de la asociación caritativa ATD Quart Monde, denunciado la miseria que aún existe en Francia, un país rico rico. Esto es cierto, pero no justifica ni a Stalin, ni al Gulag, y además se puede afirmar categóricamente que los más pobres, en Francia, viven mucho mejor que ciertas poblaciones de África, y no hablemos de los millones de muertos de hambre en Corea del Norte y China comunista, de los que Serres jamás habla.

Fue precisamente por denunciar, hace años, la existencia de los aquí llamados “nuevos pobres” —sin trabajo ni domicilio y que, pese a ello, no figuran en las estadísticas oficiales sobre el paro— que la dirección suspendió mi colaboración en RFI (Radio France Internationale) a la voz de su amo del Ministerio de Asuntos Exteriores, porque daba una “mala imagen de Francia”.Claro, no siendo, ni sobrino del general, ni académico, mis críticas se las llevo el viento. Sin comparar lo incomparable, salvo para sembrar confusión y rasgar vestiduras “occidentales”, es evidente que el fracaso del Estado francés —gobernado desde 1981 por los socialistas esencialmente—, en cuanto a la erradicación de la miseria es escandaloso.

A raíz de ese fracaso estatal, han proliferado las asociaciones caritativas (y sus gemelas, algunas mafiosas: las ONG), como la presidida por Geneviéve de Gaulle o “Los peregrinos de Emmeaux” del ambiguo abate Pierre, o “Los Restaurantes del corazón”, del difunto cómico Coluche, etc. Hasta el viejo y folclórico “Ejercito de Salvación” ha recobrado actualidad. Como bien dijo Jean François Revel, no hace mucho, si Francia adolece de un super-estado obeso y burocrático, no está gobernada como il faut.

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