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Carlos Semprún Maura

¿Por quién doblan las campanas?

Se dice que Sarkozy ha cambiado de estilo, que es más concreto, más modesto ("He cometido errores") y que, por fin, se ha enfundado el uniforme tradicional de presidente. Tal vez fuera así, pero me resultó más aburrido que nunca.

Confieso que me aburrí muchísimo durante la conferencia de prensa de Nicolas Sarkozy, la semana pasada, desde el Eliseo. Se dice que ha cambiado de estilo, que es más concreto, más modesto ("He cometido errores") y que, por fin, se ha enfundado el uniforme tradicional de presidente. Tal vez fuera así, pero me resultó más aburrido que nunca. Dio demasiadas cifras, conocidas por todos: el precio del barril de petróleo, el aumento de los precios de los alimentos, etc. No necesitamos a Sarkozy para estar al tanto de esas cosas.

Como la oposición sociata no tiene ni ideas ni petróleo, repiten siempre lo mismo cual contestador automático: todo lo que dice o hace Sarkozy está mal dicho o hecho. Así, le criticaron por salir demasiado en la tele, olvidándose de que su admirado general De Gaulle –después de su muerte, todos le admiran– había establecido el rito de una conferencia de prensa mensual, también en el Palacio de Eliseo. Pompidou prosiguió con ese rito televisado, que fue interrumpido por Giscard.

Yo, cuando podía, no me perdía las conferencias de prensa del general, que tenían lugar a las cinco de las tarde, pese a que a esas horas, a veces, trabajaba. Y no me las perdía porque eran un espectáculo divertidísimo. Yo jamás he sido un hincha de la política del general, pero reconozco que era un actor extraordinario; verle tratar a la ONU de chisme (machin) o calificar la jerga burocrática europea de volapuk –lo que hacía que todos nos precipitáramos a nuestros diccionarios para saber qué era eso–, entre otras célebres andanadas del general, me encantaba. Aquellas ruedas de prensa a veces eran incluso interesantes.

Pero volvamos a Sarkozy en su papel de presidente del consejo de administración de la empresa Francia, que bien poco tiene que ver con aquel candidato que nos hablaba de Apollinaire. Afirma querer proseguir sus timoratas reformas, al tiempo que no abandona sus demagógicos ataques contra el capital financiero "que anda sobre la cabeza", repitió. Me pregunto que haría Francia sin capital financiero. Al menos reafirmó su oposición a la entrada de Turquía en la UE, pero en relación con China, la represión en el Tíbet y los dichosos Juegos Olímpicos fue de lo más ambiguo. Ahora ha viajado a Túnez para hablar de intercambios económicos y, como un prestidigitador que se saca un naipe de las narices, poner sobre el tapete su proyecto de Unión del Mediterráneo. Esperemos que le digan que es imposible.

Una vez más me llama la atención cómo en Francia, al estar todo en manos del Estado, es el propio Estado el que tiene que hacer hasta la más nimia de las reformas, incluso aquellas que disminuyen su poder. En otros periodos y en otros países, los sindicatos, los partidos de oposición, lo que en definitiva se suele llamar sociedad civil exigía o proponía reformas, colaboraba en proyectos, discutía, debatía... Pero en Francia, nada, y las manifestaciones y huelgas actuales tienen como único objetivo que nada cambie, mientras Francia sigue hundiéndose.

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