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Carlos Semprún Maura

Pugilato con guantes grises

Royal se refugió en detalles patéticos: como una mujer policía ha sido recientemente violada, exigió que todas las mujeres policías sean acompañadas por colegas varones cuando vuelven a sus casas. Y yo que creía que ya iban acompañadas de sus pistolas.

Debo hacerles una confesión: me aburrí muchísimo durante el debate televisivo entre Segoléne Royal y Nicolas Sarkozy, que duró dos horas y cuarenta minutos. Más de la mitad la dedicaron a una batalla de cifras tal que mareó, imagino, a la mayor parte de los espectadores. Sobre el empleo, los funcionarios, los impuestos, la deuda pública, el crecimiento, las pensiones, etc., todo fue un derroche de números. Pero consciente de mi deber seguí el debate e cabo a rabo, y pienso que Ségolène Royal ganó en la forma y Nicolas Sarkozy en todas las cuestiones de fondo.

Ganó la socialista en la forma por su agresividad y su petulancia. Dejó en su casa su eterna sonrisa telegénica e interrumpió constantemente a su adversario, muy chula. Sarkozy pareció a veces a la defensiva. Pero puede que esa agresividad, que en ciertos momentos lindaba con la histeria, no haya gustado y que, en cambio, la tranquila ironía de Sarkozy haya convencido más.

Una cosa quedó clara: Ségolène no sabe nada de nada (ni siquiera la proporción de electricidad producida por el nuclear, dijo 17% cuando en realidad es el 80%), y cada vez que surgía un tema para el que no tenia respuesta, ya se trate de las 35 horas o de Turquía, se refugiaba en un eterno "Eso lo discutiremos, eso lo negociaremos, eso se verá". Sarkozy, en cambio, se las sabe todas, tiene un programa preciso y pensado, aunque desgraciadamente poco reformista y demasiado francofrancés. Royal se refugió en detalles patéticos: como una mujer policía ha sido recientemente agredida y violada, exigió que todas las mujeres policías sean acompañadas por colegas varones cuando vuelven a sus casas. Y yo que creía que ya iban acompañadas de sus pistolas.

La cumbre de la histeria de Royal fue cuando se trató de la acogida de los niños discapacitados en las escuelas. Ségolène aprovechó ese tema sensible para insultar a Sarkozy, quien la recomendó no perder los nervios. "¡No estoy nerviosa, estoy furiosa!", exclamó ella, muy teatralmente. Claro, mentía, porque desde 2005 se han establecido las normas para acoger en las escuelas a esos niños discapacitados, pero, como siempre en Francia, muy lentamente.

Dos palabras estuvieron tan ausentes del debate como lo han estado, por cierto, de la campaña; dos palabras opuestas y esenciales, dos palabras que hubieran dado altura al cara a cara: libertad e islam. Libertad individual, libertad de emprender, de crear, de inventar; libertad. Y en cuanto al islam, no creo que merezca la pena insistir sobre su peligrosa importancia hoy en día. Por cierto, ¿qué pasa con Redeker? Nadie habla más de él.

En resumidas cuentas, fue un debate casi exclusivamente francofrancés, con tres banalidades sobre la Unión Europa, sobre la que Sarkozy propuso más o menos lo mismo que Angela Merkel y Ségolène prometió un nuevo referéndum. O sobre Turquía, Sarkozy oponiéndose a su entrada en la Unión sencillamente porque no está en Europa, sino en Asia Menor, y Ségolène, cómo no, que eso debía negociarse. Y en cuanto al mundo, silencio; no existió anoche. No creo que este debate influya en los resultados de la segunda y definitiva vuelta.

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