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Carlos Semprún Maura

Quiero y no puedo

Josiane Savigneau, la “quiero y no puedo” responsable de “Le Monde des Livres”, arremete violentamente, en la última entrega de ese suplemento literario, contra la elección de Angelo Rinaldi, crítico y novelista, para la Academia Francesa. Le considera reaccionario y, al elegirle, la Academia demuestra que se ha convertido asimismo en reaccionaria. ¡Como si la buena señora hubiera jamás sido revolucionaria, o siquiera audaz! La Academia Francesa, como la nuestra, tiene una función, y para ello fue creada por Richelieu en 1635: defensa y conservación de la lengua, con sus adaptaciones a los tiempos modernos, pero de forma controlada y moderada.

Las recientes intervenciones de la Academia para protestar contra el naufragio de la lengua y la literatura en la enseñanza, o contra la “novolengua” seudo tecnológica en los medios de información, sean “de derechas” o de “izquierda”, me han parecido bienvenidas. Yo no he leído las novelas de Rinaldi, lo confieso, tal vez porque no soy muy aficionado a la literatura francesa actual, pero he leído bastantes artículos suyos, en diferentes semanarios, y, desde luego, es un crítico feroz, y de su ferocidad sacó su fama, pero, hay que señalarlo, es un crítico independiente, y no un siervo de las grandes editoriales, como tantos. Savigneau, para demostrar su derechismo, le acusa de haber criticado “las grandes obras de la literatura francesa de la segunda mitad del siglo XX”. Pues yo estoy muy de acuerdo con lo que escribe Rinaldi sobre Aragon o Marguerite Duras, también me parece Claude Simón, premio Nobel, aburrido, y considero que Milán Kundera, desde que se puso a escribir en francés, se convirtió en la sombra escuálida de lo que fue: un buen novelista checo. En cambio, discrepo totalmente de los juicios negativos de Rinaldi sobre Scott-Fitgerald, por ejemplo.

Pero esa unanimidad cuartelaria y socialburócrata, que existe en tantas instituciones culturales francesas, hasta en la Sociedad de Autores, y que la comisaria política Savigneau quiere imponer a la Academia, no es, ni más ni menos, que la muerte de la literatura y de la crítica, que, o son la expresión de individualidades (y a ser posible, del talento) o no son nada. Como crítico, Rinaldi tiene talento y un sano individualismo. Fue él quien creó el Premio Noviembre, para luchar contra los premios amañados por las grandes editoriales, porque en Francia, como en España, el conformismo es de izquierdas y es rentable.

Añade nuestra censora, como prueba del “viraje a la derecha” de la Academia, que a la nueva académica Florence Delay la habían prometido un “viraje a la izquierda”, para que aceptara. Recordaré que Florence Delay, pésima novelista y pésima adaptadora de “La Celestina” de Rojas, es gran admiradora de ETA, lo cual no le da el menor talento, pero sí prestigio, hélàs!

Siguiendo en el mundillo de las letras, el pasado viernes asistimos a los funerales de Bernard Pívot, con una emisión de autobombo, como jamás habíamos visto. Esto no es lo peor, lo peor es que le va a sustituir Guillaume Durand, periodista de televisión, ni bueno ni malo, pero que ya anuncia que sus críticos estrellas van a ser Josiane Savigneau, precisamente, y Marc Weitzmann, otro gracioso, entre rockero y maoísta, quien siempre está denunciando el “fascismo” en los más insospechados tocadores literarios. Un desastre anunciado y programado.

Mientras tanto, Jacques Chirac, otro “quiero y no puedo”, está en Rusia, negociando con Putin la venta de lencería parisina, TGV y algunas cositas más. Armas, no, a Rusia le sobran. Nada más lógico y normal que esas visitas y conversaciones estatales. Los resultados se verán luego. Los partidos y periodistas de izquierda le han colgado otro sambenito a Chirac: hace ocho o diez años pagó sus billetes de avión y sus hoteles, –para él y su familia, ¡cuidado! y no para él y... (censura)– en efectivo. ¿De dónde salió aquel dinero? ¿No será narcotráfico? Miserable campaña de rumores, que no engrandece a sus autores. Aunque exista una realidad: en Francia, como en España, y en muchos otros países, el problema de los “fondos reservados”, de los “fondos secretos”, de las “cajas negras”, se dice aquí, es evidente. Pero ese no es el problema de Chirac, sino de todo el Estado francés, que necesitaría una buena ducha democrática.

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