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Carlos Semprún Maura

Sin novedad en el frente

Esta vez no fue una sinagoga, sino una escuela hebrea que se incendió la semana pasada en Marsella. Cuando, hace unos años y en diferentes periodos, terroristas iraníes, luego argelinos, pusieron bombas contra sinagogas y escuelas judías (pero también en el metro, almacenes, en la calle, etc), causaron docenas de muertos. Los atentados actuales contra sinagogas y escuelas no parecen obra de “profesionales”, sino de jóvenes franceses de origen magrebí, que han hecho de Ben Laden su líder simbólico, y que pese a constituir una minoría, pueden crecer, adiestrarse y matar el día de mañana. Con la política de avestruz del gobierno y la prensa, se echa un tupido velo sobre estos asuntos. Oficialmente, la explosión de Tolosa no pudo ser un atentado, el descarrilamiento del TGV cerca de Bayona no puede ser un sabotaje de los pro etarras, y así todo. Los niños suelen cerrar los ojos ante el peligro, pero cuando lo hacen los gobiernos esta actitud es muy peligrosa.

Este domingo se comentaron dos sucesos: el maratón de Nueva York, y la cena en Downing Street, 10. Los corresponsales galos de la tele parecían extrañarse por el ambiente “casi normal” de la gran ciudad, insistiendo que entre los 32.000 corredores de fondo, nada solitarios ellos, había dos mil franceses. Este mismo domingo, lo digo como muestra de normalidad, nos llamó mi nuera para precisar detalles de su próximo viaje a Europa. Normalidad en Nueva York, sí, desde luego, pero nada de olvido. El pánico lo intenta crear la prensa para vender, y me pregunto si es muy ¿cómo se dice? deontológico.

La cena en casa de los Blair se pareció a la clásica escena del camarote de los hermanos Marx: cada vez llegaba más gente. Primero eran tres los invitados, luego Berlusconi se invitó, hubo que invitar a Aznar, no podía quedar fuera el presidente de turno de la UE, el belga Verhofstadt, que es el más anti Berlusconi, anti yanqui, anti todo, salvo Castro y Arafat, de los europeos. Este dudó, pataleó, pero fue, como el holandés Wim Kok, gran amigo, me dicen, de Toni Blair, y como arbitro Javier Solana, pero sin toalla. No se sabe muy bien lo que se decidió, salvo que, en la sobremesa, Chirac, declaró: “Solidaridad total, participación nula”. Lo de siempre. El único que prometió una ayuda militar efectiva, fue Berlusconi. Casi al mismo tiempo, H. Vedrine y Bernard-Henri Levy, discutían, en el marco de la emisión de televisión “France-Europe-Express”, sobre el destino de Afganistán. Como Levy exaltaba la figura, inteligencia y decisión de Toni Blair, el ministro galo de exteriores, enfureció, pero intentó disimular —tiene experiencia— habiendo sido chambelán de Mitterrand en el Elíseo. Afirmó que el señor Blair, ni decía, ni hacía nada más que los otros líderes europeos, olvidándose de los buques y aviones británicos que ya están en la línea de fuego. Al defender calurosamente a Balir, Levy dijo una tontería, lo cual no es de extrañar: Blair se ha estudiado el Corán, afirmó, y puede discutir con los musulmanes y decirles, entre otras cosas, que el Corán prohíbe el suicidio. Bobadas, monsieur, el Corán prohíbe el suicidio privado. Todos los musulmanes, perteneciendo a Alá, no pueden disponer de sus vidas, por penas de amor, o por cáncer. En cambio, el Corán exalta el sacrificio humano en la guerra santa contra los infieles. Lo cual no es exactamente lo mismo, desgraciadamente para los neoyorquinos y para nosotros.

Lunes de premios comerciales: para J.C. Ruffin Rouge Brésil (Gallimard), el Goncourt; para Martine le Coz, Celeste, (Le Rocher), el Renaudot. No los he leído, ni pienso leerlos, en cambio leí Plataforme de Michel Houllebecq, descartado de los premios, por ahora, para complacer a Ben Laden. Alain Robbe-Grillet, fugitivo favorito, sigue pagando sus críticas feroces a la novela francesa contemporánea, a los jurados y sistemas editoriales. Siendo él mismo una institución, no necesita premios, pero los desea. Humanas contradicciones.

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