Menú
Carlos Semprún Maura

Tedio electoral y suceso sangriento

Está visto que Amélie Poulain, la película, no ha tenido el fabuloso destino que anunciaba su título. Estos franceses son increíbles, obedecen a rajatabla las viejas consignas del crítico comunista Georges Sadoul, quién defendía un cine”, “nacional por su forma y socialista por su contenido”, según las órdenes del soviético Jdanov (o sea nacionalsocialista), son muy hinchas de su “excepción cultural”, en su mayoría se consideran de izquierdas, y hasta revolucionarios, pero al mismo tiempo hacen películas caras, ampliamente subvencionadas, con estrellas aún más caras, presentadas en todos los festivales comerciales, y sobre todo en la Meca del cine comercial, Hollywood, con sus Oscar. Cuando, precisamente las nuevas tecnologías del vídeo y demás, permitirían realizar películas con tres pelas y dos euros, más baratas inclusive que la simpática Shadows del cojonudo Cassavetes. Pero eso no les interesa, no les interesa la creación, demasiado individualista, quieren ser a la vez chovinistas, autárquicos, socialistas y mundialmente reconocidos como los mejores –o sea los más comerciales.

El ministerio y las corporaciones aún no han logrado imponer la obligación para todos los franceses de ir a ver películas francesas, so pena de multa, primero, de cárcel, después, pero dan pasos decididos hacia esa meta luminosa. Cuando, hace un par de años, un nutrido grupo de directores y productores publicó un manifiesto exigiendo que los críticos de cine hablaran bien, sistemáticamente, de las películas francesas, y sistemáticamente mal de las extranjeras, muchos críticos se rebelaron, en nombre de la libertad de expresión, porque, las cosas como son, aunque insuficientemente, a veces se manifiestan resistencias a la burocratización total de los cerebros. En aquella ocasión, el cineasta comunista B. Tavernier tuvo le mot de la fin, o la moraleja progre. Dijo a los críticos: “Mientras no os organicéis en sindicato, nadie podrá tomaros en serio”. Podrá parecer que esto nada tiene que ver con la campaña electoral; pero la realidad es que constituye uno de sus aspectos ocultados, pero importantes, porque si gana Jospin, gana esa burocracia.

Este lunes 27, los medios informativos, como es lógico, dedican sus portadas al trágico suceso de Nanterre: Estaba reunido el Consejo municipal de esta histórica localidad al noroeste de París, y concluía su larga sesión a las 1:15 de la madrugada del domingo al lunes cuando un hombre sentado en los bancos del público se levantó y se puso a disparar. Resultado: 8 muertos y más de 20 heridos, algunos muy graves. Dejando de lado todas las interpretaciones estrafalarias, vayamos al grano: se trata de un loco violento, con antecedentes psiquiátricos, quien ya había amenazado a gente con su pistola. Poseía varias, y legalmente, porque era socio de un “Club de tiro”. Entre tantos absurdos, una pregunta me parece sensata, máxime en este periodo en el que el tema de la seguridad está en el centro de los magros debates electorales: ¿cómo un loco violento, conocido y reconocido, podía poseer tantas armas legalmente? Y otra subsidiaria: ¿cómo se puede entrar tan armado, y sin el menor control, en una sala de deliberaciones de un Consejo municipal? Por lo visto, el loco asesino no se opuso a su arresto, al revés, gritaba: ¡Matadme! ¡Matadme!

Chirac/Jospin siempre 50/50 en la segunda y definitiva vuelta de las presidenciales, según los sondeos. El tercer lugar se lo disputan: Arlette Laguillier, Jean-Marie Le Pen y Jean-Pierre Chevenement, en ese orden y por ahora. ¡Pobre Francia!

En Internacional

    0
    comentarios