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Carlos Semprún Maura

Tiempo inmóvil

Da la impresión de que no ha ocurrido nada, cuando la realidad es que todo se repite: como la pasada primavera, los “intermitentes” increpan, ya se han cargado la ceremonia de los premios de teatro, los “Molieres”. Bueno se cargaron el guateque, pero no la designación de los vencedores, pues ¡menudo desastre!. Desde que han declarado el apartheid contra las obras extranjeras, se confirma que el teatro francés no existe, y el gran vencedor fue el difunto Topor, el amigo de Arrabal y de su asimismo difunto movimiento “Pánico”.
 
Los intermitente amenazan de fastidiar otra vez los Festivales de verano, y los intermitentes siguen negociando con el ministro su subsidio de paro, pero ya no es el mismo ministro, se cargaron a Aillagon, y el nuevo, Donnadieu de Vabre, da la impresión de ser un náufrago que pide socorro. Lo mismo ocurre en el Ministerio de Educación, las mismas discusiones con los mismos sindicatos de enseñanza, que en un extraño safari, tumban sistemáticamente a todos sus ministros, el último fue Luc Ferry, el actual François Fillon, es más político, y tiene más experiencia de las negociaciones difíciles, pero contra los sindicatos no podrá nada.
 
Hace siglos que la enseñanza en Francia se ha convertido en fábrica de melones y analfabetos, pero contra ese feudo corporativista, nadie se atreve a nada. Lo mismo ocurre con otras categorías de funcionarios, cuando oyen la palabra reforma, sacan sus pistolas. Todo el sector de la Sanidad, de la Seguridad social, del Seguro de enfermedad, está en ruinas. Ritualmente, los médicos lanzan gritos de alarma: “Nuestros hospitales (los mejores del mundo) están convirtiéndose en basureros”. El nuevo ministro, Douste-Blazy, afirma solemnemente que el problema es muy grave y hay que negociar. Haber congelado todas las timoratas reformas iniciadas, para volver a negociar a partir de cero, sólo confirma la impotencia. Francia no va mal, va peor.
 
Yo no entiendo por qué, en la cuestión de la “descentralización”, otra reforma deseada por Raffarin, se ha procedido tan torpemente: primero las elecciones regionales, y después, la discusión en el Parlamento sobre el contento y presupuesto de esa descentralización. Hubiera sido más eficaz y más democrático, unir ambas cosas, y permitir a los electores votar a favor, o en contra, de dicha reforma y elegir quienes consideraban más capacitados para llevarla a cabo. Se conoce el resultado: un raz-de marée socialista en las regionales antes de que se hayan aprobado las leyes en el Parlamento. Y cuando Raffarin invita a los nuevos presidentes de región a Matignon, estos, casi todos socialistas, le espetan que son los representantes del pueblo, y que por lo tanto son ellos quienes tienen que decidir y no un Primer Ministro cosido con alfileres. Se tiraron los trastos a la cabeza y no hubo ni acuerdo, ni discusión. Hace dos años, el 21 de Abril, se vio el relativo triunfo de Le Pen, quien legó en segunda posición de las presidenciales, anulando a Jospin, lo cual se consideró abusivamente como un seísmo político, cuando sólo fue un drama familiar. Si Jospin hubiera entendido que en Francia ya no se vota, se zapea, y no hubiera tan demagógicamente dimitido de toda vida política, hoy podría hacerse más ilusiones que nunca de ser Presidente en 2007, que es lo que anhela su esposa.

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