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Carlos Semprún Maura

Travail, Famille, Patrie

El estado debe decidirlo todo: el salario mínimo, el primer contrato, los impuestos, el código laboral, la sequía, la gripe aviar, la remolacha, los matrimonios gays, la fusión Gaz de France-Suez, la prohibición de fumar, la violencia doméstica...

El pasado sábado se habló muy poco de una manifestación ejemplar, aunque modesta, que tuvo lugar en París, en las cercanías de la celebérrima Place Pigalle, y en la que unas trescientas prostitutas protestaban contra las trabas impuestas por Sarkozy a su libertad de trabajo. Muy pillos, los periodistas de la tele sólo entrevistaron a un par de prostitutos/as con pelo largo, caritas pálidas y vozarrón baturro. ¿Qué exigían? Ser funcionarios/as, como en la URSS.

La otra, la grande, la seria, la de la izquierda unida, desfiló en familia con los abuelos, los padres, los hijos y los niños de pecho. Representaban la Familia y exigían Trabajo permanente y no precario y, en cuanto a la Patria, ésta volaba sobre todos los desfiles, con las alas desplegadas; pero en concreto se manifiesta estos días con el "patriotismo económico", la política autárquica y reaccionaria que rompe con lo único logrado por UE, el mercado común. Fue una manifestación "neopetainista". A mí me han llamado la atención las reivindicaciones de los sindicatos estudiantiles y universitarios: de un lado denuncian que la enseñanza esté "al servicio del capital" (sic) y, por el otro, las dificultades que tendrían para obtener créditos para comprarse pisos, coches, construir piscinas y pasar sus vacaciones en Tailandia, debido a la precariedad de este "contrato primer empleo". Denuncian la sociedad de consumo, pero quieren consumir más. Aún no han currado y ya tienen mentalidad de pensionistas. Es pura demagogia, claro, porque el dichoso contrato no les concierne a ellos sino a los jóvenes sin diplomas ni formación que se formarían en el tajo. Cuando, de milagro, alguno de estos jóvenes logra expresarse, pese a la marabunta propagandística que demuestra el dominio de la izquierda en los medios, afirma que prefiere un trabajo "precario" al paro. Porque de eso se trata, no de regalar coches a niños bien, sino de reducir el paro. Lo cual se queda por demostrar, desde luego. Y el eficaz ejemplo británico no sirve aquí, ya que es inglés.

Lo que más me indigna en este y otros conflictos laborales, o climáticos, es la aceptación por todos, partidarios o adversarios de las reformas, del papel todopoderoso del estado. El estado debe decidirlo todo: el salario mínimo, el primer contrato, los impuestos, el código laboral, la sequía, la gripe aviar, la remolacha, los matrimonios gays, la fusión Gaz de France-Suez, la prohibición de fumar, la violencia doméstica, la sanidad, el PIB, la política exterior; todo, vaya, todo. Se verifica una vez más: nadie pone en tela de juicio que sea el estado el que decida los más ínfimos detalles de este "contrato primer empleo"; lo que se discute es si el estado lo retira y deja tranquilo el paro endémico, pero subvencionado, o si lo mantiene. Los patronos no tienen la menor posibilidad de hacer ofertas por su cuenta, por ejemplo. Y no salimos del aquelarre burocrático.

Todos los líderes sindicales y políticos de oposición, tras "el éxito de la protesta", exigen que el gobierno abandone el contrato de primer empleo; sino se convertiría en fascista. El gobierno responde que no cede y que lo mantiene. Ahora bien –añaden ministros, primeros y segundos–, se pueden discutir adaptaciones y mejoras... Nuevas protestas se perfilan en el horizonte de esta primavera que no llega.

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