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Carlos Semprún Maura

Un presidente más

Los que se negaban a tener un secretario negro o un vecino magrebí discuten en los platós de televisión sobre la necesidad de que Francia tenga un presidente negro o, en todo caso, un mayor número de diputados de tez oscura.

No sé si se habrán enterado de que un tal Barack Obama ha sido elegido presidente de los Estados Unidos y que ayer martes tomó posesión de su cargo. Yo no recuerdo, en mi larga vida, haber asistido a un derroche tal de culto a la personalidad y a la imbecilidad y además en tono festivo. ¡Una nueva América! ¡Un nuevo mundo! ¡Una nueva página de la historia de la humanidad! La venganza de Don Mendo. Resulta franca y profundamente imbécil y hasta peligroso para la salud mental de las "masas". Dado que yo no soy racista, el color de la piel del presidente de Estados Unidos me importa un bledo, pero incluso siendo un detalle idiota, entiendo que tenga un valor simbólico para muchos, especialmente en un país en el que los conflictos racionales fueron tensos y existía, sobre todo en el sur, un appartheid de hecho. Pero que yo sepa, la admirable Condoleezza Rice –mucho más inteligente que el ordenador Hillary Clinton– tampoco era aragonesa como la Virgen del Pilar.

Superado mi mal humor debido a este derroche de imbecilidad generalizado, que me recuerda otros siniestros ejemplos en torno a Hitler, Stalin o Castro, aun cuando en este caso todo resulte más festivo y espontáneo. Diré dos cositas prudentes sobre el presidente Obama, porque si Dieu me pret vie tengo cuatro años para criticarle o aplaudirle por lo único importante: su política. En su campaña contra Hillary Clinton sostuvo cosas contradictorias e hizo gala de su buenismo: hay que negociar con Irán, retirarse de Irak, ser caritativos con Cuba, sonreír a Siria, bajarse los pantalones ante todos nuestros enemigos. Yo, francamente, prefería que ganara McCain.

Desde entonces Obama ha cambiado su discurso y se le ve más consciente de los peligros que afronta el mundo libre, pero yo me reservo todos mis derechos a criticarle y, si se diera el caso, a aplaudirle. Se dice que va a cerrar Guantánamo, pero lo que no se dice es en qué otro presidio va a recluir a los presos (a menos que piense crear un fondo de pensiones para terroristas).

En Francia, el delirio es total, mayor que en otros países. La inmensa mayoría de los franceses era antiyanqui, pero ahora se ha sumado a la obamanía, de modo que la odiada Norteamérica es ahora el modelo absoluto. Los que se negaban a tener un secretario negro o un vecino magrebí discuten en los platós de televisión sobre la necesidad de que Francia tenga un presidente negro o, en todo caso, un mayor número de diputados, estrellas de tele y ministros de origen forastero y de tez oscura. Todos salvo Sarkozy, más prudente o envidioso.

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