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Carlos Semprún Maura

Vacas locas y becerros tristes

Yo me irritaba con la prensa francesa porque, al descubrirse un nuevo caso de EEB (ya nadie da las cifras de la epidemia) en una res nacida en 1997, todos los medios supuestamente informativos se extrañan y hasta se alarman: y cómo es posible, nacida en 1997, o sea, cuando ya las harinas cárnicas estaban prohibidas, o sea que no son dichas harinas las causantes de la epidemia, o sea... que el misterio sigue siendo total. Yo me irritaba porque todo el mundo sabía, hasta los autores de dichos artículos, que si bien se habían publicado algunos reglamentos de la UE, por ejemplo concerniendo dichas harinas, nadie los aplicaba.

En noviembre de 2000, el propio ministro, el pirata Jean Glavany, afirmaba por televisión que todo estaba bajo control ya que seguían prohibiendo el vacuno británico y que, en cuanto a esas malditas harinas animales, nada demostraba científicamente que fueran peligrosas. Y yo, como millones de telespectadores, pude ver varios reportajes en los que diferentes ganaderos defendían esas magníficas harinas que utilizaban, claro, ya que gracias a ellas las vacas lecheras no eran vacas cualquiera, y su producción aumentaba de 15 a 25-30 litros diarios.

Hasta que, a finales del año-siglo 2000, dos hechos cambiaron algo las cosas: el presidente Chirac, de forma tajante, exigió la prohibición absoluta y real de dichas harinas, y el boicot de los consumidores ya comenzado se amplió considerablemente tras esta intervención. La venta de carne disminuyó en un 50 por ciento, más o menos. El Gobierno y la izquierda “plural”, furiosos, siguieron mintiendo: ”Puesto que la alimentación cárnica para los vacunos ya está prohibida, de lo que se trata es de ver si se amplía a las oveja, cerdos y gallinas. Chirac ha cometido un gravísimo error al sembrar el pánico”, decían.

Ridículo, y más ridículo aún cuando cualquier lector de relatos históricos sobre los desastres de las guerras sabe que los cerdos comen carne, y hasta carne humana. No son exclusivamente herbívoros. En este estado de indignación estaba yo contra la prensa cuando, este Viernes Santo, (y ¡además, 13!) leo en “Le Figaro” un extenso artículo de la doctora veterinaria Martine Pérez (¿qué harían sin nosotros?) confirmando todo lo dicho aquí y la evidente responsabilidad de las autoridades en esta crisis. Va más allá. Recuerda, por ejemplo, que cuando la crisis de la sangre contaminada por SIDA, a mediados de los ochenta, Francia conoció siete veces más muertos que el Reino Unido, siempre debido a la incuria gubernamental.

Y, para concluir, por ahora, este capítulo de las epidemias... ¿cuándo se volverá a la vacuna que había eliminado la fiebre aftosa? Es muy caro, dice el pirata Glavany. ¿Y estas masacres de animales sanos?, ¿y estas subvenciones millonarias a ganaderos?, ¿y esta crisis del sector: vacas locas más fiebre aftosa?, ¿no lo estamos pagando carísimo y, además, no es una barbaridad? ¡Viva la soja transgénica, camaradas!

Lionel Jospin está triste. Ha perdido las municipales y su izquierda de la izquierda –o sea, geométricamente, la extrema derecha– se rebela. Ha reunido varios seminarios gubernamentales, pero sus ministros off the record, murmuran: ”Está tan cansado, el pobre, que duerme”.

Jerome Lindon, el patrón de las “Editions de Minuit” ha muerto de cáncer a los 75 años. Fue un gran editor y un pésimo economista. El principal culpable del precio único del libro, o sea, el libro caro. Q.E.P.D.

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