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Carlos Semprún Maura

¡Viva la mundialización!

Empiezo con una nota optimista. No acostumbro, pero es que el pasado jueves 24 por la noche, zapeando para buscar algo mínimamente interesante o entretenido en la telebasura francesa, me topé, sin quererlo, con un tipo estupendo. Me explico: Bernard Pívot, después de haber sido el gurú de los libros en televisión, se ha lanzado a producir emisiones de propaganda sobre la “excepción cultural francesa”, y una vez al mes entrevista a extranjeros que hablan francés y en principio adoran a Francia, sus quesos y su cultura. En el marco de esta emisión, de la que habitualmente paso, entrevistó aquella noche a Cheik Modibo Diarra. Ese nombre no les dirá nada, como tampoco a mí, pero el personaje me sedujo inmediatamente, y detuvo mi zapeo. Maliano privilegiado, Diarra obtuvo una miserable beca para estudiar en París. Pero allí se enfrentó con el racismo y se largó a Nueva York. No empleó el término “racismo”, pero daba lo mismo, y Pívot palidecía: ¿Francia racista? ¿La patria de los derechos humanos? El sentido de su propia emisión se venía abajo. En cambio, en Nueva York, Diarra se sintió inmediatamente “como en casa”. Realizó brillantes estudios, trabajó en la NASA, como astrofísico, realizó cinco misiones espaciales, y acaba de publicar un libro, con el título de Navigateur interplanetaire.

Aunque este señor, elegante, inteligente y con buen sentido del humor, haya tenido un brillante recorrido personal –no son tantos los malianos con responsabilidades en la NASA–, no es lo que quiero subrayar ahora. Modibo Diarra está actualmente a la cabeza de un programa de enseñanza científica, que, partiendo del celebre MIT de Cambridge (Boston, USA), gracias a satélites e internet, llega a varias universidades africanas, permitiendo a esos estudiantes aprender y diplomarse, como si estuvieran en Boston. Eso, desde luego, no va a solucionar los inmensos problemas del continente africano, pero algo es algo, permite a centenares de estudiantes africanos, sin necesidad de exiliarse, recibir una enseñanza científica de calidad y graduarse.

Evidentemente, Pívot –encerrado, como todos los franceses, salvo Jean-François Revel y pocos más, en el corral ideológico de su “excepción cultural”– ni siquiera aludió al hecho de que se trataba de un buen ejemplo de los beneficios que procura la mundialización, en este caso, como en otros, mediante las nuevas tecnologías, que no conocen fronteras. Esto de la “excepción cultural” me recuerda que este año, y por primera vez, los premios “Molière” (que quieren ser para el teatro lo equivalente a los “Cesar” para el cine, copiando a los “Oscar” norteamericanos), están estrictamente reservados a las obras escritas en francés. Con lo cual Laurent Terzieff (le cito, porque le conozco, pero son más) quien recibió dos o tres veces dicho premio, con obras escritas en inglés (y traducidas, off course), ya no podrá recibirlo, a menos que presente una obra francesa. Se declaran ellos mismos la guerra, se encierran en sótanos, con camemberg y champán y piensan que así van a conquistar el mundo.

El viernes 25, una pacífica y diminuta manifestación (nada que ver con las grandes manifestaciones pro Sadam), convocada por “Reporteros sin fronteras” ante la embajada de Cuba en París, para protestar con las nuevas atrocidades del nacionalsocialismo caribe, fue recibida a palos por los numerosos “agentes de seguridad” de la embajada castrista. Ricargo Vega, marido de Zoé Valdés (que está en la “lista negra” de Le Monde, dicho sea de paso), y otros periodistas fueron apaleados. Los más gravemente heridos han presentado querella ante los tribunales. No pasará nada. Cuba sigue siendo la niña bonita de la socialburocracia europea, de los gaullistas y hasta de los “matutes” del PP. ¿Porqué no dimiten todos?


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