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Carmelo Jordá

Bienvenidos a la España peronista

El PP se nos ha pasado a la corriente general, dejando en la cuneta a millones de votantes y sumiendo al país en un consenso cada vez más a la izquierda.

El peronismo patrio ha salido en bloque a defenderse de una agresión atroz, devastadora, cruel, una especie de bombardeo de Hiroshima y Nagasaki pero peor: ha venido un europeo y, pásmense, nos ha dicho que adoptemos el contrato único. ¡Habrase visto!

La respuesta no podía ser otra: el Gobierno, la oposición, los sindicatos verticales, la izquierda radical, los empresarios…, sólo ha faltado tener algún obispo también criticando, lo que no es descartable que se haya producido cuando se publiquen estas líneas, dado el aprecio que algunos prelados españoles, justo es decir que no todos, muestran por la libertad económica.

La demostración ha sido tan exagerada, la unanimidad ha sido tan monolítica, los aullidos han sido tan agudos, que uno se pregunta qué componente explosivo tendrá ese contrato único, qué capacidad destructora guardará en su seno la medida, sobre todo si tenemos en cuenta que, al fin y al cabo, se aplicaría en un mercado que ya está devastado.

La verdad, no creo que simplemente ese cambio solucionase la profunda crisis española y crease de golpe cuatro o cinco millones de empleos, pero lo que está claro es que a las fabulosas cuotas de paro actuales no hemos llegado con un mercado de trabajo poco regulado, con uno o unos pocos contratos sencillos. No, el camino que nos ha traído aquí ha sido el de la hiperregulación y una supuesta protección de los trabajadores que, a la vista está, sólo protege a algunos y, por supuesto, a sus supuestos representantes.

Era sólo una idea, sólo una propuesta que puede debatirse, pero ahí está la izquierda toda con nuestro Gobierno socialdemócrata a la cabeza: a un paso de echar espumarajos por la boca, como si en lugar del comisario László Ándor hubiese pasado por Madrid Gabriele Amorth.

Y eso es lo peor: que las fuerzas vivas del país pasen por encima de una fórmula que seguro que no es milagrosa, pero que en una economía con seis millones de parados al menos sí merece un debate serio y ser tenida en consideración.

No es así para el bloque peronista que adorna nuestra clase política, en la que lo único que se puede encontrar son partidos que, con un nombre u otro, reclaman para sí la representación de la izquierda auténtica o, como dijo en su día María Dolores de Cospedal, ser el verdadero “Partido de los Trabajadores”.

El PP se nos ha pasado a la corriente general, dejando en la cuneta a millones de votantes y sumiendo al país en un consenso cada vez más a la izquierda, en el que, a este paso, Cayo Lara se nos despierta cualquier día siendo de centro.

Es hora de asumirlo y actuar en consecuencia: estamos en un país peronista. Eso sí, les advierto, señores políticos: por todo podemos pasar… menos por ver a Soraya haciendo de Evita. Eso nunca.

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