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Carmelo Jordá

Boicotear a Trueba, ¿para qué?

La gente es que ya no obedece a Évole ni a la hora de vestirse, ni al elegir supermercado ni para ir al cine, no sé a dónde vamos a llegar.

Anda la feligresía progre de lo más indignada porque por lo visto el fascismo franquista carpetovetónico más rancio y casposo está boicoteando una película de Fernando Trueba, la recién estrenada La reina de España.

Yo, la verdad, me enteré del supuesto boicot con los primeros alaridos de la prensa socialdemócrata, como diría Espada, y desde luego no ha influido en lo más mínimo en mi decisión previa de ir o no ir a ver la película, tomada en base a tres factores clave: que por desgracia voy poco al cine, que hace años que Trueba no me interesa lo más mínimo y que las críticas no eran precisamente entusiastas, lo cual, tratándose de una producción española dirigida por Trueba y con un larguísimo reparto de actores amiguitos de los críticos, sólo puedo interpretarlo como que la película es un peñazo de tamaño superlativo.

Parece ser que el malvado boicot ha surgido por aquellas declaraciones de Trueba en las que afirmó no haberse sentido español "ni cinco minutos" en toda su vida. Por supuesto que el cineasta tiene derecho a no sentirse español, a creerse malayo o a jurar fidelidad eterna a Daenerys Tragaryen, pero hay que reconocer que queda feo que lo digas cuando estás recibiendo un Premio Nacional que, además, tiene una dotación económica.

No sé si la respuesta a aquella estupidez es boicotear una película o cualquier otra cosa, lo que está claro es que hay una cierta casta de gente en este país –de la que ya hemos hablado aquí alguna vez– que cree que sus actos no deben acarrearles ninguna consecuencia, bien porque están en posesión de algún tipo de verdad absoluta que a los demás se nos escapa, bien porque su arte es tan excelso que debemos olvidar todo lo demás de cara a su disfrute. Gocen ustedes de mi genialidad y denme las gracias, parecen pensar, y sería un argumento quizá hasta aceptable… si de verdad fuesen así de geniales.

Por otro lado, también es cierto que así era cuando la opinión pública sólo estaba en manos de una serie de medios relativamente corta, llenos de amigos y de críticos muy poco críticos. Pero hoy en día, ¡ay!, cualquier facha te monta un boicot por las redes sociales sin que lo bendigan en El País ni nada, lo que obviamente ya no es libertad de expresión sino un insano libertinaje que deja un lamentable reguero de salas vacías. La gente es que ya no obedece a Évole ni a la hora de vestirse, ni al elegir supermercado ni para ir al cine, no sé a dónde vamos a llegar.

Pero lo más importante de todo este asunto no es si el boicot es justo o injusto, porque no es ni una cosa ni la otra: quien quiera, que vea la película de marras, y quien no quiera, que no la vea, sea por las razones que sea. Lo más importante es, digo, que boicotear a Trueba es una tontería… porque ya se boicotea él solo.

La reina de España se ha pegado una torta fenomenal en la taquilla porque una secuela de una película de hace 20 años podría haber interesado… hace 19 años; porque a la gente que de verdad llena los cines les hablas de Trueba y te preguntan quién es ese; y, en definitiva, porque la cosa no tiene buena pinta.

Para lo único que ha servido el boicot, señores, es para que ahora la progresía le eche la culpa del fracaso a los fachas y poco menos que a Franco, y no a un cineasta al que le gusta insultar a su público y que admite que no hace las películas pensando en la taquilla. Vale, macho, pues que te aproveche.

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