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Carmelo Jordá

El amado líder

El partido de los círculos, las corrientes, las asambleas y los inscritos está hecho para que el amado líder tenga un poder que ni Rajoy.

El partido de los círculos, las corrientes, las asambleas y los inscritos está hecho para que el amado líder tenga un poder que ni Rajoy.
Cordon Press

Ninguna imagen ha resumido mejor el congreso o asamblea o lo que sea de Podemos que la de Pablo Iglesias, henchido de orgullo y de victoria –y de un concepto de sí mismo que no tendría ni un cuádruple ganador del Nobel–, se atusa el pelo tras machacar a Errejonski en las votaciones internas del partido.

Todo el poder ha sido para el amado líder, para el deseado –en todos los sentidos de la palabra, sobre todo por él mismo–, para el caudillo y el salvador: Pablo, estamos en tus manos, todos somos contingentes y sólo tú eres necesario, hágase en nosotros según tu palabra.

A partir de ahora, y siempre en nombre de la unidad y el respeto, correrá la sangre sin medida, toda la que sea necesaria, porque en una organización democrática y asamblearia ya sabemos que el que manda lo manda todo, y aquel que se opone a la infinita sabiduría, a la infinita bondad y a la casi infinita belleza –había que decirlo– no puede ser sino un loco o un malvado. Y en ambos casos ha de ser, y será, depurado.

Porque el partido de los círculos, las corrientes, las asambleas y los inscritos está hecho para que el amado líder tenga un poder que ni Rajoy: ya desde el de Petrogrado se sabe que cada vez que los sóviets creen mandar lo que hacen es obedecer, y ésta no iba a ser una excepción. Paradójicamente se encargó de ello Errejonski, que se encamina ahora sin muchas ganas hacia el piolet para ser víctima de su propia criatura.

Pero no es sólo una cuestión de organización interna: el amado líder hace lo que quiere porque cuenta con la carta blanca de buena parte de la opinión publicada. Esa misma que ponía a caldo a Aznar –y con algo de razón– por colocar a su mujer de concejal y no dice ni mú cuando Iglesias no sólo mete a su ex en las listas como diputada, sino que tiene a su actual pareja en la dirección del partido, terciando en las batallas internas y, previsiblemente, de portavoz parlamentaria.

Qué no dirían todos esos periodistas críticos con el poder, pero cómodamente instalados en el duopolio televisivo o en los medios sostenidos desde Moncloa, si Rajoy o Rivera tuviesen a sus parejas en el hemiciclo; cómo bramarían los propios podemitas si la mujer o la sobrina de un ministro fuese diputada; hasta dónde llegarían el llanto y el crujir de dientes si Cifuentes colocase a su marido en la Asamblea de Madrid.

Sí, Irene Montero ha sido votada por los inscritos, como Botella lo fue por los madrileños y todos los demás lo serían por quien correspondiese. Y sí, quizá tenga muchos méritos que ni sus intervenciones públicas ni su abrumadoramente vacío currículum nos dejan ver; pero mientras toda su sabiduría y su sagacidad política se nos revelan cabe pensar que su mayor virtud es estar cerca de Iglesias. ¿Acaso no es eso suficiente? Con el amado líder sí, lo es.

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